jueves, 27 de noviembre de 2008

3º Capítulo/ Cartas marcadas...


02.06.2003 05.13 AM

Hola, Saskia… Bon dia o lo que sea cuando me leas…

Sé que estoy cometiendo un acto arriesgado, desde luego nada frecuente y dios quiera que tampoco estúpido, de dirigirme a ti aun sin saber quién eres ni por qué estabas esta noche en un programa de TV, esa tertulia literaria que dirige Sánchez Dragó. Te escribo todavía sonámbulo con la perversa intención de intentar explicarme —al tiempo que te explico en detalle— qué hago yo aquí a estas horas de mi madrugada escribiendo a una hermosa desconocida que cautivó mi mirada, toda mi atención, nada más despertar tras una copiosa y pesada cena que me ha dejado aletargado como una serpiente durante horas en el sillón del cuarto de estar. El acontecimiento fue así…

Esta tarde fue preciosa, de domingo, me la merecía. La pasé en casa escribiendo sobre mis cosas… De vez en cuando salía al jardín y me mecía en la hamaca o jugaba con Klee, mi amigo de cuatro patas, a estirar del otro extremo de la manguera de regar. Olíamos la madreselva, las hojas de salvia, recorría los maceteros buscando nuevos brotes de primavera. Dejé pasar las horas entre libros y hierbas. Mientras tanto florecían algunas palabras afortunadas, recuerdos agridulces, sensaciones… Fui indolente y feliz. Así toda una tarde deliciosamente solitaria…

También me regalé músicas diversas, de las que me gustan y acompañan normalmente cuando estoy en casa: La Belle y la Bête de Philip Glass, bandas originales de películas, un tipo de música que me encanta —Vanaprastham, In the Mood for Love—, y un potpurrí de grabaciones variopintas: un sentimental álbum de Nana Caymmi —Eu me lembro de você—, la grabación original de Alf Leila Wa Leila de Om Kalsoum, The Road To Ensenada de Lyle Lovett, el corrosivo Berlin de Lou Reed, y algunas cosas raras de DJ’s de New York, de la calle Orchand para más señas —te lo puedo decir así de corrido porque todavía están las cajas de CD’s sobre la mesa y no me cuesta mucho escribir estos títulos, nada más; por favor no malinterpretes esta aparente pedantería musical, tan heterogénea.

Cuando cayó la tarde Klee me recordó, lamiéndose, que era su hora de cenar: le llené su plato de bolas de pienso, la fuente de agua, y luego esperé que hiciera su meadita al lado del limonero, su árbol preferido… Y ya… La tarde estaba bien gastada, lista para añadir al catálogo de tardes mansas, otra más, por suerte —hoy me la merecía, te dije.

Entonces tuve ganas de cenar y prepararme algo especial. No es que tuviera mucha hambre —había picoteado cositas de vez en cuando— pero me apeteció hacer algo más consistente que la ensalada de tomate, apio, huevo duro y anchoas que me había compuesto y comido a media mañana. Así que busqué en la despensa, en el frigo, y fui tomando cosas de aquí y allá, preparando sartenes. En un santiamén me vi con la repisa llena: media bandeja de champiñones, un frasco con surtido variado de hongos y setas, una docena de pimientos de Padrón y media de espárragos trigueros, un par de cebollas francesas, otro de tomates en rama, albahaca fresca, una ramita de perejil, un diente de ajo, el aceite, la sal, la harina, el aceto balsámico, taquitos de jamón serrano para freír, y una cola de salmón fresquísimo que había comprado el sábado en el Corte Inglés; ah, y unas cerezas picota, un pan chapata y una cerveza sin alcohol para refrescarme mientras cocinaba. Apenas tardé en preparar todo poco más de media hora: una zarzuela de hongos y setas a la albahaca y el salmón acompañado por los pimientos y los espárragos, a la plancha; y me lo comí en otro tanto —aunque al final perdoné las picotas—… Por supuesto me abrí una botella de buen vino, Anima Negra 2000… Decirte que todo estaba sabroso y me supo a gloria sería una vanidad, pero es cierto… Klee dormía hace rato en su mantita junto a mí y yo me quedé dormido en el sillón al rato mientras veía las noticias de deportes en la 2: apenas recuerdo que Alonso fue quinto en Mónaco… Me quedé dormido como un bendito. No soñé o no lo recuerdo. Hace tiempo que no sueño o no recuerdo mis sueños, Saskia.

Al despertar, te vi por primera vez en mi vida. Todavía creo que eres un ángel, una angélica aparición.

Imagíname, por favor, atolondrado y derrotado tras la pesada digestión, con la lengua seca e hinchada por el vino, intentando reconocer quiénes estaban en la televisión nada más despertar de madrugada. Ah, sí, el Sánchez Dragó… ¿Y esa hermosa mujer de camiseta hindú rosa? ¡Qué ojos, dios! ¡Qué maravilla de sonrisa, luz de ángel!... ¿Y la demás gente?... —no conozco a nadie, qué más da—... Por dios, que enfoquen a esa mujer, sus ojos, su sonrisa —exigía con palabras altisonantes aunque estaba solo en mi casa y por supuesto el realizador no me podía oír… Que hable, que me hable otra vez… Ay, cielos, ¿quién es esa mujer y de qué habla? ¿Por qué está allí con el Dragó? ¿Por qué sonríe de tal modo mirando de reojo a la cámara, abatiendo sus pestañas? Qué prodigio, parece que me sonríe sólo a mí —me convencía con facilidad… ¿Sólo eres un sueño rosa, mi ángel de madrugada? Desde entonces, asombrado y todavía sonámbulo, te presiento y deseo como un ángel, Saskia —me gustó tu nombre raro nada más escucharlo… Entiendo a los profetas y a los geniales soñadores que reivindican siempre la aparición de un ángel como fuente de sus creaciones sobrenaturales. Profetizo que leeré en tus labios a un palmo de distancia, Saskia, o más cerca, y crearé mis obras maestras a tu sombra, o con tu recuerdo. Así sea, así será…

Apenas pude entrever la dirección de correo electrónico que apareció impresa bajo tu busto. La tomé como un regalo del destino, o mejor aún, algo que “me” regalabas para convocar no sé qué maravillas por venir… Qué dirección tan enrevesada la tuya, Saskia, y qué sopor el mío, entonces, y terribles los efectos colaterales de despertar así de pronto… Incluso ahora mismo que te escribo no estoy seguro de la totalidad de tus señas y me entra el miedo de que me haya confundido y esta confesión de madrugada no te llegue nunca a laverdaddesatya@hotmail.com...Voy a tener que escribir tres o cuatro direcciones parecidas a ver si tengo suerte y en una de ellas me lees, ojalá. Pero si aconteció el milagro de encontrarte al despertar —pensemos en las escasas probabilidades entre millones de posibilidades en nuestra contra— por qué no va a producirse otro milagro ahora más fácil y chico: que esta carta llegue a tus ojos, que me leas y sepas de mí, mi entusiasmo nada más verte. Lo deseo tanto, Saskia. Ahora depende de nuestra voluntad, querer o no querer, ésa es la cuestión…

Entre las cosas que (me) dijiste entendí que habías escrito una novela, la recién terminaste. Te confieso mi devoción por la escritura…Yo también escribo una novela, estoy en ello hace más de tres años y no veo como proseguir y acabar de una vez —me parece una tarea heroica. Comencé otros relatos largos antes, pero tampoco supe darles fin ni desarrollarlos más de unos capítulos —aunque sus historias te las podría contar de viva voz hasta en sus más mínimos detalles… El personaje femenino principal de mi última novela se llama Silvia y el masculino Bruno Llanes. Cuando imagino físicamente a Silvia lo hago pensando en Brooke Shields que por cierto os parecéis muchísimo; también tu voz me recuerda a mi Silvia inventada —imagina pues mi sorpresa al encontrarte frente a mis ojos, escuchándote.

De tu novela, recuerdo que decías que su personaje principal es una joven que diseña y crea jardines japoneses. Que nació en Mallorca pero aprendió su arte en Japón y recorre el mundo de isla en isla construyendo jardines originales, uno en cada una, como si fueran islas reinventadas en medio de islas reales… Nombraste islas del Mediterráneo que conozco muy bien y son algunos de mis lugares favoritos: Mallorca —en donde vivo—, Formentera, la microisla de Tabarca, Cerdeña, Sicilia, Stromboli, Santorini, Serifos… Y hablabas de tus viajes por Japón, en la India, la común condición existencial de viajeras de tu personaje y tú misma; y que tienes algo que ver con el arte, que a veces escribes sobre arte… Ah, si yo te contara —que te contaré si me das una oportunidad, admirada desconocida Saskia.

Yo también soy un viajero, por vocación, placer, y también gracias a mi trabajo. Me gustan las islas es decir poco; me gusta vivir en ellas, ser su náufrago. Por eso vivo en Mallorca, aquí vuelvo de vez en cuando, aquí tengo mi casa, desde ella te escribo esta madrugada del 2 de junio de 2003 (02.06.2003), fecha que investigaré y todos sus arcanos astrológicos, no lo dudes.

Recién llegué a la isla el sábado y el miércoles viajo de nuevo; estaré así, yendo y viniendo, este mes y casi todo julio. Te señalo mis etapas por si nos cruzamos en el camino y tienes curiosidad de conocerme. Primero a Moscú, sólo por unos días —estaré alojado en el Savoy, cerca del Bolshoi. Volveré el sábado a la isla. El martes siguiente viajaré a Roma, tres días; me encontrarás en el Grand Hotel Gianicolo, muy cerca de San Pietro in Montorio —qué maravilla, Saskia, las vistas de Roma desde la Academia de España. Creo que luego iré a Venecia —se inaugura la Bienal esa semana—, pero todavía no es seguro que vaya a la apertura ni dónde me aloje —en el Lido, supongo, pues mis hoteles favoritos ya están reservados en su totalidad para esas fechas… Lo que es seguro es que el día 18 voy a Tokio; estaré una semana justa; por supuesto me alojaré en el Yamanoue. Y de vuelta a Mallorca me quedaré un par de semanas en casa si es posible sin salir si no es para llevar a Klee de paseo… A mediados de julio debo estar en Estambul unos días pero todavía no sé las fechas ni dónde me puedes encontrar —ojalá me reserven en el Pera Palas, mi preferido.

Por favor, te ruego no interpretes esta agenda viajera como un acto de coquetería o vanidad, de prepotente pedantería. Como viajera sabes que no es de turismo lo que te estoy escribiendo. Las ciudades de las que te hablo forman parte más o menos sustancial de mi biografía viajera, por trabajo o por placer, que para mi caso es lo mismo. No soy turista, por supuesto; los aborrezco… Te dedico mi agenda, Saskia, para que puedas seguirme con tu imaginación si te apetece y dejarte caer en la tentación de pensarme mientras tanto. O me escribes algún correo si tienes curiosidad por conocerme, saber de mí, seguir leyéndome… No sé qué pasará por tu cabeza cuando me leas; si habré sabido llamar tu atención o no, parecido demasiado descarado o un loco obsesionado por tu sonrisa, confundido por tu milagrosa aparición, extraviado entre tus palabras… A lo mejor te apetece escribirme porque sí.

Saskia, son casi las cinco de la mañana... Aprovecharé que estoy desvelado para seguir escribiendo mis cosas hasta el amanecer. Esta noche te la dedico a ti por entero, Saskia. Una Rosa es una Rosa es una Rosa escribiré en Roma, haré graffiti por ti. En cada palabra que escriba, en todos mis puntos suspensivos, hilvanaré tu sonrisa angelical, mi luciérnaga.

Bona nit; es decir bon dia…

Pablo-Pau

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10.06.2003 11.28 AM

Hola, Saskia Rose
Llegué el domingo de noche de media luna. Esperaba encontrar letras tuyas de respuesta. Nada de nada. Ojalá mi carta no te haya incomodado; ni que fuera tan sosa que no mereciera al menos un saludo, aun breve… Saskia, sigo deseando una mirada tuya, aun compasiva…—y hasta una sonrisa, por qué no

En un par de horas salgo otra vez de paseo por el mundo. Me demoraré por ahí no sé cuántos días. Todavía no he decidido si ir o no a Venecia después de Roma.

Me hubiera gustado llevarme algo de ti en mi mochila, para qué ocultarlo…

Estoy un poco melancólico, te confieso, Saskia… Te reclamo en esta preciosa tarde de verano. Me despido reivindicativo, toro bravo…

Pau (impaciente)

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10.06.2003 00.08 PM

Por fin terminé de leer todos vuestros mensajes, casi quinientos en total. Nunca imaginé que tanta gente siguiera el programa literario de Sánchez Dragó a esas horas ni que respondierais con tanto entusiasmo a mi llamada de intercambiarnos ideas y experiencias sobre la escritura, ni mucho menos tanto interés por mi primera novela. ¡Muchas gracias por tantas palabras de ánimo!

Soy novata e ingenua en informática, así que no sabía —ni fui precavida— que el buzón de Hotmail se iba a saturar con tal cantidad de mensajes. La de problemas que me ha dado vuestro entusiasmo. Menos mal que también he recibido consejos sobre mi idea de “regalaros” la novela enviándola por correo electrónico. Así que me he dejado asesorar profesionalmente y hemos decidido abrir una sencilla página web y “colgar” el texto original en PDF y que se sirva libremente quien lo desee. Aprovecharé para escribir otro texto mío de presentación, con mis pensamientos originales, algunas experiencias que deseo comunicar y ya veremos qué más.

Entre vuestros mensajes he encontrado de todo, la mayoría “bueno y bonito”, pero ningún comentario desagradable o malintencionado, lo que os agradezco. Algunos me habéis comentado que se me veía segura y elocuente, pero que apenas tuve tiempo para extenderme sobre el argumento de mi novela. Si supierais qué nervios tenía; era mi primera entrevista en TV… También el presentador imponía lo suyo, ya sabéis cómo es Sánchez Dragó de quisquilloso en sus preguntas. En fin, que agradezco nuevamente vuestros afectos y prometo responder a cada uno individualmente, aunque sólo sea con una palabra, eso sí “personalizada” y emocionada.

El dominio en donde alojaré mis páginas se llamará “laverdaddesatya”, es decir como el título de la novela:. Enviaré un aviso masivo y ya veremos cómo podemos celebrar juntos su inauguración, desde luego como un acto de amor literario…

Algunas editoriales me han contactado mostrando interés por La Verdad de Satya, desaconsejándome que la “regale” a través de la red. Piensan que esta edición libre en Internet restará interés comercial a mi novela… Creo que no están preparados para los tiempos que corren y para las nuevas vías de creación y difusión literaria que empezamos a disponer. ¿Qué hay más estimulante y gratificante para un autor novel que saberse leído por miles de lectores y mantener con ellos una más que entrañable?… Mantengo que mi primera novela será un regalo para quien la encuentre… Escribirla fue un acto heroico por muchos motivos; ofrecerla abiertamente en TV un acto de amor colectivo; depositarla a la vista y al deseo literario de todos un acto de generosidad mutua entre el autor y sus lectores… Soy libre y me siento libre, como Satya, mi heroína… la Verdad de Satya es su libertad.

Hasta muy pronto, cuando os anuncie “laverdaddesatya”. Tened paciencia, sed pacientes. La paciencia es la ciencia de la paz…

Saskia. Besos rosas.

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10.06.2003 01.02 PM

Hola, Pau-Pablo. Ten paciencia. Te escribiré en cuanto pueda. Me dices que sales de viaje otra vez. Llévate mis palabras contigo. Fuiste el primero que leí nada más despertar. Buen viaje. Beso rosa especial para ti. Saskia.

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10.06.2003 01.15 PM

Gracias Saskia. Son palabras suficientes. No sabes la voluntad y la paciencia que tengo, como el guerrero de Castaneda, además la llevo en mi nombre. Esperaré tu carta en silencio. Disfruta de las palabras. Besos. Pau

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18.06.2003 00.12 AM

Os anuncio que mi Web “laverdaddesatya” ya está abierta con sus puertas de par en par para que la visitéis, me conozcáis mejor y podáis llevaros de regalo La Verdad de Satya… Que la disfrutéis, amigos. Que la verdad nos haga libres… Gracias por compartir mi más especial acto de creación y amor libre literarios.

Gracias por vuestra paciencia y entusiasta interés.

Saskia Roca de Togores

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18.06.2003 07.13 PM

Hola Pau…

Te imagino ya en Tokio, un día después, descansando tras el viaje. Te escribo ahora esta pequeña nota para decirte que tu primera carta, que fue la primera que recibí y leí, me encantó y casi ruborizó (con un color más subido que el rosa de mi camiseta y maquillaje). Te sentí muy cerca, tan sincero como libre; tan sincero y libre como yo, además de romántico y apasionado… Presiento que algún día nos conoceremos. Cuando vaya a Mallorca este verano te aviso, nos vemos y charlamos… No quiero perder tu correspondencia. Escríbeme a éste correo personal saskiarocadetogores@yahoo.es y cuéntame de tus viajes.

Ahora estás en Japón. Lo que daría por estar de nuevo en ese país que me fascina y en el que he aprendido tanto, sobre todo a estar en el mundo con una sensibilidad digamos artística, profundamente conectada al arte y la naturaleza. Te envidio, te admiro, Pau-Pablo. Te seguiré por el mundo con mi imaginación y mi sonrisa más rosa, como tú dices… Muchos besos por ahora.

Saskia

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21.06.2003 09.13 PM

Hola Saskia… Te escribo de madrugada en Tokio. Estuvo lloviendo toda la tarde, cené pronto, me acosté; recién me he levantado para escribirte y hacer tiempo para ir a las cuatro al mercado de pescado de Tokio, el Tsukiji, uno de los espectáculos más fascinantes que pueden verse y que estoy seguro conoces.

Desde hace unos años cuando vengo a Tokio me alojo en el hotel Yamanoue, conocido como el Hilltop Hotel —porque se encuentra sobre una pequeña colina, ahora rodeado por una de las universidades de Tokio… De aquí salió Mishima con sus discípulos para hacerse el seppuko que consiste en abrirse en canal el vientre de izquierda a derecha y luego otra vez al centro y desde allí hacia arriba hasta el esternón, todo ello según un ritual preciso según las reglas del bushido, el código de los samurais. No sé si sabes que este dolorosísimo suicidio ha de hacerse sin mancharse de sangre las propias manos del suicida (lo que sería su deshonra) y con la intervención de alguien de su confianza, un compañero o kaishaku (caballero), que ha de cortar la cabeza al suicida por honor si ve que sufre “lo insufrible”; en el caso del suicidio ritual de Mishima, su compañero falló los tres primeros intentos de decapitación… que sólo pudo culminar otro amigo. Qué “jodido” narcisista y grandísimo escritor Mishima, y que vida y muerte tan sublimes (lo digo como categoría estética romántica); murió joven, es decir héroe, por su voluntad existencialista, su desmedida pasión por la belleza…

Habitar este hotel es un verdadero regalo para mi proverbial fetichismo existencial, mi búsqueda de sentidos simbólicos a lo que ordinariamente llamamos “vida corriente”. En realidad resulta excitante, estéticamente hablando, habitar de vez en cuando la habitación de Mishima en el Yamanoue, hacer el amor aquí, en donde parece ser acabó de escribir su última novela —La corrupción de un ángel— poco antes de suicidarse el 25 de noviembre de 1970.

Cerca del hotel hay tiendas que venden instrumentos musicales, sobre todo guitarras eléctricas de segunda mano —ayer estuve a punto de comprar una presunta guitarra de Eric Clapton, y no sé tocar ni las castañuelas, aunque de jovencito tocaba en un grupo aficionado “de oído” e incluso me atrevía con la rítmica de “La Casa del Sol Naciente” o algún solo al estilo de King Crimson… —lo que tiene uno que hacer de jovencito para enamorar a una colegiala de las Teresianas con rebeca azul y cortísima falda plisada; qué reclamos los de la primavera y los del amor… Por cierto, el primer libro de Mishima que compré —Sed de Amor— se lo regalé a una chica que me quería ligar un día de San Valentín; pensaba que el título de la novela era suficientemente explícito para que entendiera mis intenciones…Y vaya que las entendió. Cinco años después me casé con ella, es la madre de mi hijo, nos divorciamos de mutuo acuerdo, y yo me quedé el libro…

Bueno, volvamos al asunto “Japón”… Japón no es mi país ni cultura preferidos en Asia, pero sí mi primera experiencia en Oriente, algo así como el primer amor, la primera amante “prohibida”… De hecho mi primer viaje largo, especial, fue a Japón, en los ochenta… —ay, dios, cuánto tiempo. Estuve tres semanas; cuando llegué era septiembre, finales: los parques, los bosques, amarilleaban y luego anaranjeaban, por días, por horas, se hacían oro viejo antes incluso que el tiempo les reclamara su deuda con la vida... Además de Tokio, estuve entonces en Kamakura, en Nara, en Kyoto y en Osaka. En mi primera noche en Tokio estuve alojado en un hotel en Ginza, en una habitación absolutamente cool y “supertechno” en donde experimenté el trance de mi primer terremoto y la sorpresa de sentir cómo mi cama se movía aun sin querer —tampoco es que haya aprendido desde entonces a moverla queriendo; bueno, sí, un poco… Queriendo se puede mover hasta el universo a tu alrededor… Pues eso, que vaya susto… —nuestro primer terremoto, como otros primeros estremecimientos del cuerpo, son inolvidables… ¿no?

Me fascinó Kamakura, sus bosques, la bahía y por supuesto sus templos: el Buda Amida Nyorai —el Buda de la luz infinita, su sonrisa— en el templo de Kotokouin, que fue el primero que visité… y los demás templos budistas y sintho de la ciudad y sus alrededores… —en especial el templo dedicado al buda niño, no recuerdo su nombre, en donde precisamente estuve el 21 de septiembre, día del equinoccio de otoño, día para honrar los familiares y amigos muertos… Saskia, es posible que conozcas este templo; aun con todo imagina conmigo sus laderas con miles de figuritas de budas niños con vestiditos de colores y pañuelos de seda al cuello; una niebla de incienso entre sus veredas, bruma sagrada… y cientos de padres llevando sus ofrendas a estos buditas niños que representan sus propios hijos muertos recién nacidos, sus bebés, incluso los que nunca vieron la luz —una experiencia mística, de verdad… Qué maravilla ese olor a incienso impregnando el bosque, extendiéndose invisible con solo pestañear las hojas y el roce de mi silueta sobre sus troncos… Imagina ver despedirse la tarde frente a la bahía de Kamakura desde un bosque de bambúes gigantes, el cielo violeta perfecto, púrpura… La eterna belleza, es decir suspendida en el instante, sublime… de escalofrío, Saskia.

En Kamakura compré algunos de mis souvenirs más queridos: un juego de recipientes de laca color rojo cinabrio, mi primer rakú; y un par de antigüedades: una bandeja para el té de laca negra con incrustaciones de madreperla y una pipa para fumar opio de concha de tortuga, caña de bambú y latón dorado… He vuelto otras veces a Kamakura y he podido recorrer creo que todos sus templos y veredas sagradas: el Engaku-ji, el Hase Kannon, y el Toke-jui —ese templo que era utilizado por las mujeres que querían divorciarse de sus maridos—, el santuario Kamakura-gu… ¡Tantos lugares hermosos y santos!

Otro día te contaré mis experiencias en Nara y Kyoto, en el resto de Japón, las alternaremos con las tuyas; los dos, Sherezades a gusto… Acabo ya esta carta. Se me va a hacer tarde para llegar a tiempo al Tsukiji. Siempre que vengo a Tokio voy al menos una vez al Tsukiji aprovechando mis noches insomnes por el jet lag —estoy seguro que lo conoces, así que me ahorro más detalles sobre el mercado y su espectáculo.

De despedida te trascribo un fragmento que he escrito esta mañana en mi Moleskine: "quédate durmiendo, amor, volveré cuando despiertes; voy a intentar suicidarme nuevamente con fugu, el pescado venenoso… no temas, no me he muerto todavía y mira que lo he intentado… creo que estoy inmunizado a ese veneno y a la muerte heroica… ¿Serán tu amor y nuestras petit mort de cada día el antídoto perfecto, no?"... Lo he escrito en el Parque Koishikawa Korakuen, frente a uno de sus jardines repletos de Iris violetas. Recuerda, Saskia, estamos en plena floración de lirios en Japón; tanta belleza conmueve.

Por cierto, Saskia… ¿No serás “caballo de fuego” por fatalidad? No desearía tener ningún otro affaire amoroso con una mujer hinoe uma —“caballo de fuego” según el horóscopo chino-japonés, es decir nacida en 1966, lo que es casi un tabú en Oriente. Ya me enamoré una vez de una “yegua de fuego” y todavía me estoy recuperando de las heridas de sus dientes, de su fuego, cicatrizadas pero dolientes todos los días con excesiva humedad, como hoy por ejemplo…

Bon dia, Saskia… Besos-Pau

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22.06.2003 11.10 AM

Hola, Pablo-Pau… Sí, soy “caballo de fuego”. Nací el 6 de junio de 1966. Nunca se habían metido con mi horóscopo hasta ahora, solamente con mis fechas: 6.6.66. Tú sabrás qué hacer…

Me encantó tu carta desde Tokio. Me hiciste recordar tantas cosas, tantas sensaciones aún vivas. Disculpa que no te escriba tanto como tú quisieras y yo también, pero las ocupaciones cotidianas me abarcan demasiado tiempo, estos días están siendo una locura, ahora con la mudanza de la casa de mi padre, ayudándole a empaquetar una vida, mi infancia y adolescencia también. Tengo un problema con los objetos, el exceso de fetichismo me ha convertido en una iconoclasta, estoy tirando todo, no soporto las ataduras nostálgicas que se desprenden de los objetos. Si es que los hombres tienen alma, los objetos también. Debería estar prohibido regalar cosas que no sean consumibles, y si no lo son deberían tener fecha de caducidad. ¿Cómo te las apañas con tantos recuerdos? Yo decidí no crear más objetos por los apegos infinitamente extensibles a los que me avocaba. Una locura de sensaciones, de conexiones, de deseos, de necesidades. Mucho mejor guardar lo seleccionado en la mente y expresarlo con la palabra. Por cierto escribes muy bien, consigues que te sienta, que te conozca. Es un misterio no saber cómo eres físicamente, no tengo prisa, tampoco sé cual es tu dedicación, por la cual quizá viajes tanto y tan solo? Interpreté que a lo mejor tienes algo o mucho que ver con el arte ¿Se viaja tanto con el arte? O periodista o yo qué sé…

Sigue escribiéndome. Me hace bien.

Besos. Saskia.

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23.06.2003 01.10 PM

¡Lo intuía, Saskia! ¡Yegua de fuego! Tengo que reponerme del shock… A ver qué se me ocurre para engañar al Destino.

Son muy importantes los nombres, los títulos, las fechas, no se pueden dejar al azar… Por ejemplo es muy especial tener un hijo que haya nacido el 30 de marzo, fecha del nacimiento de Goya, o el primer encuentro de una mujer y un hombre el 18 de diciembre o 29 de junio, fechas que señalan la vida de Paul Klee, por ejemplo… En cuanto al nombre, mis favoritos empiezan por la partícula “mar” o la contienen: Mar, Marina, Margarita, Marta, María… —lo que es una suerte vivir en España y haber viajado tanto por Latinoamérica, que tantas mujeres tienen un “María” entre sus nombres aunque no lo utilicen. El problema viene ahora con las jovencitas que todas se llaman Raquel, Rebeca, Silvia o Paula a secas, y ya no te digo con nombres como Saskia, etc… que no sé cómo pegar el “mar” a tu nombre, querida. Con las demás nacionalidades, las demás lenguas, soy un promiscuo sentimental, lo confieso, me da igual cualquier nombre con tal que tenga alguna vocal entre sus consonantes…

Sí, tengo que ver algo o mucho con el arte, el arte de la vida, por supuesto. Mañana vuelvo a Europa, llegaré a la isla en dos días. Nos leemos y escribimos entonces.

Besos de mostaza. Pablo

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25.06.2003 00.25 AM

Querida Saskia. Regresé esta misma noche a la isla. Estoy cansado, fatigado por el viaje, los controles en los aeropuertos, las largas esperas. Llevo casi un mes vagamundeando por ahí… Hace calor en Mallorca, en casa; la tímida brisa de madrugada apenas abanica las hojas. Si extraño mi cama o me sofoca la noche intentaré dormir sobre la “hamaca/barca/media luna”, bajo la madreselva. En todo caso cerraré los ojos en un rato y ojalá sepa soñarte... Mañana espero/deseo escribirte un poco más largo… porque me gusta saber que me lees, rosa Saskia.

Me despido por unas horas, una nadería...

Bon dia ya… Pau

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26.06.2003 11.55 PM

Casi en la media noche te escribo, Saskia, en la isla grande. Estuve entretenido con cosas domésticas todo el día, hacía tanto tiempo. Estoy perezoso, desubicado, extranjero en mi casa… Saldré ahora a vaguear con Klee un rato por la playa y luego mi fiel amigo hará su cagadita de cada noche en la puerta de la Fundación Miró… Hace calor, demasiada. Voy medio desnudo; apenas llevo enredado en mi hombro un hilo de brisa y tu sonrisa adherida a mis pestañas… para qué más esta noche de calor y sofoco.
Aun recuerdo tu voz. Saskia, o la invento… no sé.

Calor, spleen en Mallorca... Debussy y Sonny Rollins... Me gusta escribirte, Saskia, para leerte mañana.

Besos que abanican… Pau

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27.06.2003 00.43 AM

Qué gusto pasear por la playa a estas horas, Pau... Ahora en Madrid también hace un calor sofocante, pero no hay mar ni playas por las que perderse ni hilos de brisa que enredarse en el cuerpo ni…

Aquí el ánimo también es melancólico, debe ser cosa de la temperatura, de la sequedad, de las alturas...

Cuando nos encontremos, que nos veremos este verano te prometo, tienes que contarme historias de tus viajes, anécdotas, me apasiona viajar, mi vida es un viaje a mi aire. En febrero y marzo pasados estuve en Japón, y el anterior en el norte de la India. Me fascinan esos países y su cultura. Yo fui una geisha en otro tiempo, seguro que sí…

Te deseo una buena noche, aire fresco… Besos de verano.

Saskia

PD: Se me olvidaba decirte que estaré unos días en la Sierra, temas familiares. No llevaré el ordenador portátil, así que no podré escribirte ni leer. No obstante escríbeme tú si quieres y apetece. Intentaré buscar un cyber-café para controlar los mensajes que me envían mis lectores y de paso leer los tuyos. Podrías leerme mientras tanto en mi novela, La Verdad de Satya. ¿La empezaste ya? ¿Qué te parece? Sigue…

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29.06.2003 11.43 PM

Te escribo de noche, como siempre, de espaldas al mar… Una leve brisa de seda, apenas un suspiro, se enreda al cuello mientras te escribo. Mi jardín huele hierbabuena y madreselva. Yo huelo a jazmín y canela.

Hoy fue un día de mar salada y velas blancas. Me duele el sol en los hombros, en la frente, en los pómulos. Me quema la piel de ir tan desnudo por la vida y esos mundos de dios. Es que los viajeros somos unos extravagantes nudistas exhibicionistas o qué sé yo, Saskia… Pues eso, que estuve en el mar en un barco de vela (ajeno) y me quemé demasiado. Ya ves, eso de pasear por el norte y bajo sus auroras boreales al final trae consecuencias lamentables. Nunca me acostumbraré al norte ni a sus cielos opacos.

Esta tarde te recordé, mujer, te imaginé. Encarando el puerto de Andraxt te imaginé sirena, vestida de mar azul prusia. Qué locos estos viajeros exhibicionistas y qué imaginación la suya, dirás... Era una tarde tan hermosa, Saskia, que quise invitarte a mis ojos para que fuera inolvidable. Bienvenida Saskia, la sirena de mis tardes de insolación, ángel de mis madrugadas...

Comenzaré a leer tu novela mañana. Pondré voz a tus palabras Saskia-Saskia, y colores y sabores: sonrisa rosa, voz limón, mirada de dulce de leche...

Me pides que te hable de mis viajes… Ya lo hago entre líneas, Saskia. Además estoy seguro que algún día —ojalá pronto— nos regalaremos cuentos a la luz de la luna o al atardecer, por ejemplo. Me gusta contar historias vividas, cuentos, y que me los cuenten cerca… ¿Recuerdas Memorias de África? ¿Te gustó? ¿Quieres disfrazarte de Sherezade en un Ryad del sur de Marruecos, en Mogador por ejemplo? ¿O disfrazarte cómo? ¿Dónde, cuándo? Tiempo habrá los próximos días, meses, años, para escribirnos y leernos.

Creo que van a adelantar mi viaje a Estambul, el miércoles me lo confirman. Pasaré los próximos días en la finca de unos amigos al otro lado de la isla, descansando y dejándome ganar por mis perezas. Dejaré que los días vengan de puntillas; a ver si aprendo de nuevo a dormir a las horas, cuando la mirada empieza a sentirse derrotada... Te escribiré siempre que pueda con la ilusión de dibujar sonrisas frescas en tu cara aniñada. Ah, por cierto, he impreso la foto que tenías “colgada” en tu página Web. ¿Es reciente? ¿Antes o después del programa de TV? Te noto cansada, tienes la mirada y la sonrisa cansada o preocupada. Me resulta extraña al compararla con mis recuerdos —de menos de un mes, ¡Tanto!

Bona nit, mi luciérnaga… Será bon dia cuando me leas…

Pau

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01.07.2003 11.20 PM

He vuelto antes de lo previsto a Madrid. Han cambiado los planes. Nos vamos unos días a Cádiz. Espero pasar también algún día en Tarifa, que me encanta. Nos escribimos y leemos pronto, querido Pau o Pablo o como quieras que te llames. Volveré a hacer más o menos vida normal cuando vuelva a Madrid el 10 de julio. Besos que se alejan. Saskia

PD: La foto es de la semana después del programa. Mi alma se trasluce en la cara. No fueron buenos días por otros motivos. Ya pasó.

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04.07.2003 02.39 AM

Querida Saskia: recién llego de la noche, de caminar por ahí. Disfruté el regalito de tu novela y la leí ayer de un tirón frente al mar que deseas.

Me gustó la novela, el mosaico que inventaste, un collage de deliciosos fragmentos. Tengo que volver a algunos párrafos, a algunas escenas para saborearte más y con más tiempo. Esa teoría del deseo me interesa, es genial. En la página 150 hay unos párrafos repetidos, mira a ver si los corriges…. Bien por los nombres y referencias de artistas, como los relacionas con las islas y con los proyectos de jardín de tu protagonista, pero esperaba más, muchos más que ilustraran esas secuencias y escenas. De todos modos tienes una gran habilidad para hacer visibles las escenas y los personajes, parecen videoclips; y sensibilidad para hacer aflorar sentimientos, emociones intensas, muy poéticas. Me gusta tu música, la que señalas de fondo Ah, y trabajas muy bien el lenguaje a pesar de lo que digan algunos comentarios en tu página. Por cierto, esa idea tuya sobre la inutilidad, ¿no tiene que ver con el concepto de indiferencia de Duchamp?

Bueno, también escribí esta mañana algo para ti, algo sobre los viajes... Te lo adjunto a esta cartita. Tiene que ver con Venezia y con el libro de Italo Calvino, Las Ciudades Invisibles. Espero que te guste. Lo escribí hace unos años pero lo he “reformado” hoy mismo. Me inspiras, Saskia.

El sábado viajo a Estambul por fin… Volveré la semana siguiente, quizás por Madrid. También estoy viendo la opción de irme a Venezia luego de Estambul. Ya veremos. Aunque necesito llevar en orden mi agenda no me gusta hacer planes, o los rehago sobre la marcha. ¿Quién puede asegurar qué será de nosotros mañana, la próxima semana? Vivamos el tiempo que nos merecemos como está escrito, por lo menos. ¿O no?

Besos sabor vodka con maracuyá…

PAUBLO
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11.07.2003 03.13 AM

Querida Saskia, siempre en mi recuerdo…

Te escribo en la habitación del hotel, mirando al Bósforo. El gran ventanal abierto, y el aire acondicionado a tope. Hace un calor insoportable esta noche. Mis asuntos van bien, aunque no con el resultado que hubiera deseado. No siempre se puede ganar. Volveré a España el domingo por la tarde. Me quedaré a dormir en Madrid y el lunes iré a Venezia para tres o cuatro días. Ya sabes, la Bienal que no pude estar en su inauguración.

Cualquiera te dirá que Estambul es una ciudad reclinada sobre el Mar de Mármara y el Cuerno de Oro. No sé si la conoces, y si es así, qué te voy a contar… Hermoso Mar de Mármara: tres veces Mar… Mar… Mar… Estambul es una de mis ciudades preferidas, de esas que se añoran y desean a distancia, a la que vuelvo siempre que puedo para estar por estar y dejar pasar los días sin otro motivo. Me gusta volver de vez en cuando, que no pase mucho tiempo para que no cambie demasiado. No quiero alojarme, y alojar a Estambul, únicamente en mi memoria…

Cuando vengo por mi cuenta, suelo alojarme en el Ayasofia Pansyons (cerca del Topkapi, en la callecita de las maravillas y casitas de madera) y otras veces en El Yesil Ev (Green House), muy cerquita del primero. Me gusta la decoración otomana tardía, tan decadente a la vez que sutil, las habitaciones tapizadas en seda o terciopelo adamascado, las maderas de limoncillo y palo de rosa, las incrustaciones de madre perla y nácar. En Estambul puedo dar rienda a mi cínico romanticismo, solo o acompañado, como quieras. En cada viaje a Estambul inauguro o invento amantes; o ellas me inventan a mí, que es lo mismo dada la voracidad de nuestra imaginación para derrotarnos sobre los cubrecamas y sábanas recreando nuevamente nuestros cuerpos. Estambul es una pura y permanente invención o una serie de deliciosas realidades y derrotas encadenadas con eslabones de seda, que para el caso es lo mismo —¿no se trata de renacer?

Es innecesario que te describa la redondez de las cúpulas y la agudeza de los alminares hacia el cielo, que te guíe en un recorrido turístico por Hagia Sophia, la Mezquita Azul y por casi todas las mezquitas de casi todos sus sultanes y los serrallos y la Biblioteca; hace tiempo que dejé de visitar monumentos en Estambul. Tampoco el Gran Bazar, el Kapali Çarci, es el lugar que más frecuento —prefiero otros bazares, otros zocos de mis otras ciudades: Kairuán, Marrakech, Jerusalén, El Cairo… Aun con todo, de vez en cuando, merodeo por algunos de sus rincones más auténticos y me detengo a manosear libros editados en Londres o Berlín, a acariciar sus encuadernaciones, o paso horas rebuscando antiguos platos y azulejos de Iznik y Ragges, encontrando figuritas de alabastro, de sardónice, de malaquita, de esas que uno no puede pasar de largo como si nada. Tengo la vida llena de libros, de encuadernaciones, de raras porcelanas y esculturitas en piedras preciosas. Colecciono recuerdos y los amontono a su capricho —a menudo los recuerdos se confunden entre ellos.

Prefiero perderme en el Bazar Egipcio, en el de las especias, y dejarme llevar por los olores y los colores del pimentón y el comino, por la canela y el curry, el jengibre, los tés y manzanillas, las legumbres, los granos de café… y las sonrisas de las mujeres y sus blancas ferocidades… y sus ojos tristes y profundos. Al salir del tumulto siempre hay un “lokanta” en el que reposar y comer cualquier plato del día: casi siempre verduras y hortalizas, ensaladas de tomates, berenjenas y garbanzos, aderezadas por la “tahina”, la crema de semillas de sésamo… y huevos o arroz, y cordero deshuesado con dátiles, ummm… y bebiendo “ayran” o té, y regalándome a los hojaldres y las delicias turcas… ummm… —qué delicioso simulacro de cuerpos devorándose, caníbales insumisos e insatisfechos.

Cuando estoy solo en la ciudad, muchas noches salgo a vagamundear sin rumbo por la Istiklal Caddesi hasta que no puedo más de tanto bullicio; luego voy a esconderme en alguna taberna subterránea a mirar. No sé que me pasa en Estambul —o en Venezia— cuando estoy solo. Parezco un caracol con su inmensa esfera de los recuerdos espirales a cuestas, tan refugiado y ensimismado que hasta me hago invisible frente a los cristales de los escaparates. Así que no me queda más remedio que mirar y hacer que me miren para saberme aquí y ahora y no en las demás ciudades de mis fechorías o a la cintura de los amores que fueron para siempre mientras duraron o a la sombra de sus lejanas estaturas. Me entretengo a mi manera tejiendo fantásticas telas de araña para atrapar al aire nuevos ojos verdes, negros, azules, avellanas con miel, de esos que andan por ahí buscando sonrisas desconocidas. Las aventuras más apasionadas nacen de miradas furtivas, da igual si descaradas o agazapadas tras un discreto velo de aparente indiferencia, que te convocan sin más garantía que su belleza a una cita urgente e inaplazable sólo apta para gente con corazón de verdad. Y es que en una mirada sabemos ya cómo se enredarán luego nuestras pestañas, cómo nos escalaremos temerarios y arrojaremos suicidas al pozo hondo del placer aquella noche, y si habrá o no después un último cigarrillo… Incluso adivinamos en un abrir y cerrar de ojos la partitura de sus gemidos y el guión de nuestras palabras de adiós o hasta luego sin mucha convicción ni esperanza. En Estambul —como en Venezia— ninguna mujer puede ser confundida con una puta ladrona aunque te haya robado el alma para siempre o dejado en la más completa ruina por un beso de esos que nunca aprenderemos a contar con palabras ni falta que hace. Quien ama tan locamente no tiene derecho a reclamar luego su alma o su fortuna o la exacta verificación de todas esas promesas que se dicen por decir cuando se finge estar enamorado.

Estoy seguro que si vienes a Estambul querrás ir a los baños turcos para hermosear tu piel y tu vientre, dejar pasar dulcemente el tiempo en el hammam… sin duda excitada, impaciente y nerviosa, deseando ya mismo las desconocidas caricias que te esperan aún no sabes dónde, si en su hotel, si en el tuyo o en una preciosa buhardilla con vistas al Bósforo en el barrio de Babek —ay, estas mujeres que parecen niñas; como si fuera la primera vez que tus muslos y tu espalda fueran a tensarse por el placer de un amor de una sola noche, de esos a primera vista que no duelen… Deja hacer a esas mujeres grandes del hamman, son maestras en los misterios del cuerpo y sus secretos más íntimos, deja que te descubran tus preciosos resortes escondidos que desconocías por unas liras… Seguro que entre la espuma y las manos de esas mujeres te sorprenderás lloriqueando entre risas, estremeciéndote no sólo con escalofríos… Amando tu cuerpo en sus manos aprenderás a regalarte derrochadora más tarde…

Ve tú a saber donde nos encontraremos por primera vez, frente a frente; si nos encontraremos en Estambul o dónde. Ya conoces como son los misterios del Destino y sus juegos de prestidigitación a los que nos tiene acostumbrados. Mira que pasó aquella madrugada no hace tanto en la que quise reconocerte todavía sonámbulo, y mira las palabras que nos hemos leído, y las que no nos hemos escrito por pudor todavía… Ojalá pueda guiarte por los laberintos de Agatha Christie en mi hotel preferido, en el Pera Palas. A lo mejor nos ayudamos por unos días, cómplices, a cometer un asesinato irresoluble, el de la soledad… Te prometo que no habrá armisticios ni treguas. Soy un conversador desalmado, un viajero despiadado, un amante de los de antes de la guerra… Soy Pau Bondia, el alquimista, el que cambia el valor de las palabras sólo con escribirlas. Pero eso tú ya lo sabes, lo vas descubriendo poco a poco mientras sueñas estar en Estambul sobre el tapiz volador de mi literatura… Qué te voy a decir que no haya descubierto en una mirada…

Ven pronto, cuando quieras… Besos húmedos y salados desde Estambul. Qué sofoco…

Pau / Pablo

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11.07.2003 02.13 PM

Mi querido Pablo, tengo tantas cosas que contarte. No sé cómo lo has hecho pero has logrado que piense en ti todo el tiempo, en lo que me escribes y vas filtrando sabiamente, con sensibilidad en tus cartas. Contigo tengo muchas conexiones, causalidades o sincronías, como quiera que se llame. El día después de que me escribieras sobre Venecia y me enviaras aquel texto tuyo sobre Las Ciudades Invisibles, me topé con una revista antigua —El Europeo— en la biblioteca de la casa donde estaba en Cádiz; la abro a voleo y me encuentro con un artículo sobre Venecia escrito por Félix de Azúa… Buscando en la misma biblioteca El Elogio de la Sombra, me encuentro el libro de Italo Calvino fuera de orden al lado del de Junichiro Tanizaki. ¡Increible! Pero lo más sorprendente fue lo que sucedió ayer y esta mañana al leer tu preciosa y sensual carta desde Estambul. Te explico:

Ayer vino a verme una de mis mejores amigas, Iris. Venía a proponerme nada más ni menos que fuera con ella a Estambul a pasar este fin de semana. Participa en una reunión financiera internacional allí y la organización la invita junto con un acompañante de su elección. ¡Imagínate, Pablo qué casualidad, qué magia! La última vez que estuve en Estambul también lo hice con Iris. Es una ciudad que nos fascina a ambas. Además la madre de Iris es turca, aunque educada en Francia, y siempre se ha sentido muy unida a esa ciudad. Le conté que alguien que conocía sólo por carta y a través de sus escritos estaba ahora allí. Con sólo contarle un poco de ti y leerle tu carta desde Tokio, Iris hizo todo lo posible para convencerme de que la acompañara sin excusas y nos encontráramos tú y yo por primera vez en esa sensual ciudad entre dos mundos, dos tiempos, en “tierra de nadie”. Piensa en el sobresalto que he sufrido al leer tu carta desde Estambul esta mañana. La he leído y releído tres veces, me ha hecho flaquear las piernas, incluso imaginar nuestro encuentro así por sorpresa y gracias al destino en Estambul. Pero no puede ser, Pablo —ya te contaré en otro momento y con más detalle por qué no es posible… Salgo en un rato a la Sierra a pasar el fin de semana, mi presencia allí hasta el domingo es inexcusable…

Sí he estado en el hammam que está al lado del hotel Pera Palas, ahora no recuerdo el nombre, — ¿Galatasaray?— y me he entregado indolente y emocionada a las manos de las matronas carnosas y decididas. Sin rechistar me han depurado de asquerosos rollitos de materia, y luego me han restregado sin piedad con jabón, por el cuerpo, por la cabeza, por los ojos, me han frotado, me han vapuleado, me han regado, me han sonreído con complicidad, me han vuelto a regar y luego me han dejado descansar al calor de la piedra de mármol. Sentí renacer, las aguas me fascinan, y los cuerpos desnudos desdibujados por el vapor, los movimientos lentos, los sonidos del silencio. Luego cené en el Pera, recorrí a hurtadillas sus pasillos y más tarde me tomé un té de manzana en una terracita con vistas al barco hundido en la costa del Marmara. Qué maravilla de ciudad, efectivamente de las más hermosas del mundo.

Pablo, por cada carta que me escribes se me ocurren diez para contestarte; pero a veces, ante el exceso, retorno a la filosofía del haiku.

Y como si fuera un haiku entiende estas palabras que voy a escribirte ahora. No lo había pensado al empezar esta carta. Es un impulso… Quiero que nos encontremos en Madrid este domingo. No pierdas el olor y los sabores de Estambul por el camino, Pablo, por favor…

Te dejo mi número de teléfono para que me envíes un mensaje cuando hayas llegado a tu hotel en Madrid el domingo. Te diré cuándo y dónde nos encontramos. No sé cuándo podré bajar de la Sierra.

Hasta ayer soñaba contigo; trenzaba mis palabras a las tuyas para confeccionar una especie de tapiz mágico con tu rostro y tu cuerpo todavía desconocidos. Te veía con varias caras, intentaba descifrarte. En tu carta desde Estambul escribes tu nombre: Pau Bondia; no es suficiente… He buscado en Google tu rostro, no tu curriculum. He encontrado una foto tuya frente al mar azul, tan azul como el de tu camisa. Estás de perfil y tienes rostro de marinero. Esa imagen sí es suficiente. Sé que miras lejos y profundo, me basta… ¿A qué sabe tu voz?

Nos vemos el domingo, querido Pablo, mi alquimista. No estoy nerviosa… ¿Y tú?

Besos de Saskia, originales.

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El domingo 13 de julio de 2003 llegué a Madrid a media tarde vía París. Ya en el hotel envié un sencillo mensaje a Saskia: “Estoy en tu territorio. Guíame”. Exactamente a las 9 de la noche recibo su mensaje de respuesta: “A las 10 en Chicote. Espérame si llego tarde. A qué sabe tu voz? Has cenado? Besos mientras tanto

Recordando emocionado aquel nuestro primer encuentro, no dejo de preguntarme todavía por qué Saskia me citó en Chicote a las 10 de la noche de un domingo de julio caluroso y tormentoso en el que probablemente se encontraría cerrado… Y así fue, estaba cerrado a cal y canto. La esperé cerca de media hora más deambulando por las aceras de la Gran Vía hasta que me llamó con su móvil.
—Soy Saskia, estoy llegando… —oí su dulce voz nuevamente, la echaba en falta desde hacía 42 días.
Chicote está cerrado, Saskia, estoy esperándote en la esquina próxima, en la Gran Vía.
—Qué pena… Dejaré el coche en un aparcamiento cerca. Estaré contigo en diez minutos, máximo. Ya pienso donde vamos ahora, no te preocupes. Me gusta tu voz, sabe a melocotón de terciopelo. Nos vemos, aguanta… —y cerró su comunicación dibujándome una sonrisa de regalo. Y eso que debería estar un poco mosqueado por el lugar de la cita, la hora, su imprevisión. Así era Saskia…

Nos encontramos por primera vez y nos dimos nuestro primer beso en las mejillas a las 11 de la noche de aquel primer domingo juntos, en Gran Vía esquina Víctor Hugo. Cualquiera que pasara por allí en ese momento podría confundirnos con dos miserables vestidos deportivamente haciendo la calle, o la esquina, sin saber muy bien quién era el cliente de quien. Lo que era evidente es que nos gustábamos, que queríamos explorarnos sin miedo ni cautelas de primeras, valientes; no sabíamos mentir con los ojos entonces. Y eso que apenas hacía un nanosegundo que nos habíamos medido por primera vez nuestras temperaturas con el tacto… Lo sorprendente era que teníamos la misma fiebre.


Esta mañana me he levantado temprano, a eso de las nueve. Tengo los ojos hinchados, enrojecidos, fotofobia. Forcé demasiado la vista al buscar y leer en la pantalla un montón de páginas de la correspondencia con Saskia. Afortunadamente guardé todo. Nos gustaba tanto escribir; poníamos alma y corazón, vísceras, en todas nuestras cartas y mensajes, así hasta el final. Espero que este material me sirva para descubrir alguna clave, alguna información, algo que se me escapó en el momento y puede ser útil ahora en mis investigaciones, para desenredar la madeja… El laptop es mi tesoro, mi memoria mineral como me gusta llamarle, mi Caja de Pandora, el guardián de los secretos y también el objeto de deseo de los que me persiguen. Menos mal que no lo encontraron los que saquearon mi casa. Suponían que los archivos estaban en el ordenador grande de mi despacho. No, todo está aquí. Essaouira, Dar Hadaya Ilahe, la habitación Paul Klee son ahora sus cajas fuerte, una dentro de la otra. Y Aicha y yo sus guardianes en primera línea… Qué bien que esta mañana haya hablado con Aicha para tranquilizarla; a lo peor me excedí ayer con las precauciones… No obstante le he dicho que esta tarde hablaremos más y le daré alguna información nueva, hasta donde pueda.

No he podido resistirme —al contrario, he tenido un cierto placer morboso— a pasar a papel mis primeras cartas con Saskia hasta que nos encontramos en Madrid. Creo que son muy importantes para entender nuestra historia, para construir la novela. Desde sus orígenes nuestro amor, nuestro proyecto vital estuvo impregnado de magia y un incontenible caudal de deseo y voluntad derrochados. Así fue hasta el final. Y cómo no lo iba hacer, si me lo debía… Ayer hablando con Ahmed el platero negué empecinadamente el poder de una mirada, las revelaciones que nos regalan las miradas si queremos ver y sabemos interpretarlas… Lo negué porque no quería que Ahmed conociera uno de mis secretos más íntimos, semejante a su poder de coleccionista de gemas, esa facultad de la que fui dotado de mirar lejos y profundo, como decía Saskia. De desear y al tiempo vislumbrar los deseos haciéndose realidad tarde o temprano —¿qué más da su tardanza si estás seguro que acontecerán? Así reconocí a Saskia, nada menos que en un programa de TV, mirándola a los ojos, interpretando su sonrisa, y unas semanas después iniciábamos un amor loco tan apasionado que… No sigo, por ahí… podría decirme o escribir cosas que me arrepentiré, seguro… Pues claro que creo absolutamente que la verdad aflora en los ojos, en una mirada. Esa verdad que nos hace libres, como no se cansaba en repetir Saskia, la gran mentirosa, la sacerdotisa del engaño y la impostura… Ah, y el poder de la palabra… Porque cuando no hay ojos todavía, ni tacto, ni olor… las palabras pueden suplir todas esas sensaciones, incluso amplificar sus poderes a través de la imaginación creativa… Tengo que escribir sobre eso en la novela, no todo tiene que ser diálogos y descripción de paisajes y ambientes, ¿no?

Voy a salir a la calle, es media mañana, pasaré a hablar con Hassan el yerbatero, a verificar si son ciertas las alarmas de Ahmed… Antes de abandonar la habitación compruebo si Lou ha enviado su correo con lo que me prometía ayer… Voy directo a su mensaje, dejando atrás el resto que ahora no me interesan. Hace menos de diez minutos que lo ha enviado… A ver…

Querido Pau
Noticias importantes esta mañana. Mis contactos en la policía de Palma me confirman que han podido identificar una huella de uno de los ladrones, o lo que fueran, entre las que encontraron en tu casa. No te asustes: pertenece a un tal Alexander Volokitin, ucraniano, residente en Ibiza desde hace tres años más o menos. El pájaro había volado cuando fueron a detenerle. Al parecer Volokitin forma parte de una organización húngara-ucraniana relacionada con el negocio de la pornografía y la prostitución de lujo en Ibiza. Ya sabes la cantidad de películas pornográficas que se ruedan allí clandestinamente y el trasiego de mujeres y hombres, “acompañantes”, que hay en la isla, sobre todo en verano… Alexander Volokitin había sido detenido hace poco más de un año por dar una paliza a un “cliente” que se resistió a pagar sus deudas después de una semana de desenfreno sexual. Tiene que estar todavía en Ibiza escondido, no es fácil salir inadvertido, y menos en estas fechas. Y otra noticia de Madrid que no te va a sorprender pero que es muy importante para la investigación de las conexiones de Don Pedro Emilio con empresas tapadera en el mundo del arte… La “sexy” Iris tenía una empresa a su nombre y el de Rodrigo, el marido de tu “ex”, en cuyo almacén han encontrado más de 2.000 grabados, litografías y serigrafías de un puñado bien selecto de artistas españoles e internacionales; de algunos hay series enteras de 25 o 50 estampas… Así que otra vez te digo que Saskia aparece directa o indirectamente hasta en la sopa. ¿O son sólo coincidencias, mi querido viudo Pau? Iris, Rodrigo, Don Pedro Emilio, Ibiza en donde murió Saskia y nadie sabe qué hacía allí… En fin, no sigo… saca tus conclusiones… Te llamaré esta noche si hay algo nuevo, si no mañana, Navidad. Me imagino que no cenarás pavo; te jodes… yo tampoco cenaré Pablo. Besos. Lou.

Y salgo a la calle maldiciendo en ucraniano, aun sin saber ni una palabra… Necesito hablar con Victoria Maria, pero es muy peligroso, debo contenerme. Frente al Hammam de Essaouira un grupo de turistas españoles miran embobados la placa en honor a Orson Welles. Estoy seguro que la mayoría no sabría decirme ni una sola película del maestro… —¡turistas!
Foto: Souk de Essaouira

sábado, 22 de noviembre de 2008

2º Capítulo/ Un pozo sin agua (segunda parte)

Un the a la menthe, sans sucre… s’il vous plait. —Y el camarero me mira primero extrañado, como si no hubiera oído bien mi petición —¿sin azucar? ¿un té marroquí sin azúcar? (me pregunta sin palabras)—, para luego sonreír por mi extravagancia. Un té marroquí sin una roca de azúcar diluyéndose dentro de la tetera es como un humano sin alma, estará pensando. ¿Y cómo le explico a este joven que esa subespecie parahumana de desalmados no sólo existe sino que abunda, se confunden y mimetizan entre los demás seres humanos animados aprovechando la supuesta invisibilidad del alma, hacen estragos desembarazados de su impedimenta? Razonar no es lo mismo que sentir, por supuesto; ni argumentar sobre la ontología del alma humana o representarla literaria y artísticamente son garantías suficientes de que realmente exista o la posean sus defensores e ilustradores. Tampoco creo que el alma tenga por domicilio fijo la hipófisis de cualquiera, o el cerebro de Eduardo Punset, por ejemplo, ni la punta de la polla de un pintor macho, desde luego; vamos, eso creo yo por ahora… —Oui, sans sucre… Je suis diabéthique…
Pardon, excusez-moi, je suis desolé… —y el joven camarero sale pitando a por mi té amargo sin rechistar…

Estoy sentado en la terraza del Café de France, en el ensanche que conduce a la Place Moulay Hassan. A esta hora el sol comienza a despedirse con cierta prisa y apenas un escaso haz de rayos logra hacer diana en las mesas y sillas en primera fila al aire libre. Casi son las cuatro. Estoy cansado de caminar y caminar a buen ritmo por la ciudad y a la orilla del mar desde que salí de casa, de entrar y salir del puerto puntual cada media hora, de ir y volver obstinado por el Boulevard Mohamed V sin alejarme mucho ni detenerme siquiera un rato a admirar el espectáculo de las tatuadoras de henna en la playa, decorando pies y manos a todas esas extranjeras aspirantes a odaliscas esta noche. Estoy cansado pero contento. Son los paradójicos efectos de caminar tanto tiempo. Desde que detectaron mi diabetes hace tres años no he dejado de practicar este eficaz método de generar insulina naturalmente; lo que me basta para no ir a peor. Dos pastillas al día —una de Dianben y otra de Amaryl 2mg—, una dieta equilibrada (aunque liberal) con escasa ingestión de grasas e hidratos de carbono y dos horas por lo menos de caminata al día han estabilizado milagrosamente mi diabetes. Además, caminar libera un montón de endorfinas, esa endógena “droga de la felicidad” de la que me declaro absolutamente dependiente física y psicológicamente. Creo que anoche y esta mañana me encontraba deprimido, angustiado, por no contar con la dosis suficiente de endorfinas a causa de mi viaje, tantas horas prisionero. Caminar, reír, el sexo orgasmático, recordar tiempos y situaciones felices, por ejemplo… esa es una receta básica para el bienestar del cuerpo y no sé qué más del alma.

¿Y el amor? Bueno, esa es otra droga sentimental de la que también me declaro adicto pero no quiero referirme por el momento; que no viene a cuento escribir sobre mis últimas miserias sentado tan ricamente en el Café de France contemplando al micromundo de Essaouira desfilando festivo ante mis ojos (sin reparar en mí ni falta que les hago). Mis endorfinas no me perdonarían nunca que me pusiera ahora a reflexionar acerca del Amor y los desamores, sus tiros a quemarropa, sus caricias —que de todo hay a su servicio—, ni mucho menos que las malgastara en aliviar este insoportable síndrome de abstinencia y delirium tremens en el que ni me reconozco de un tiempo a esta parte… —menos mal que en este justo instante de náusea existencial el camarero trae mi té a la menta y me salva por los pelos aun sin querer…

Esta mañana nada más salir de Dar Hadaya Ilahe me he encaminado directamente a ver mis amigos; echaba en falta sus sonrisas, que me contagien… A esa hora los zocos, las calles principales de la ciudad, rebosaban de gente bien vestida —a su manera, con lo que tienen y se gustan—, todos más que limpios, incluso embellecidos por su misma devoción tras rezar la oración principal del viernes al mediodía. Es día de fiesta religiosa (como lo eran nuestros domingos infantiles); pero también tiempo libre para hacer las últimas compras y demorarse sin prisa, detenerse a charlar con familiares y conocidos, recorrer de norte a sur el gran eje central de la ciudad histórica que la atraviesa —las avenidas Mohammed Zerktouni y L’istiqlal, desde Bab Doukala hasta Bab Moulay Youssef, y viceversa. También me crucé con muchos extranjeros, demasiados —y eso que son la primera oleada de turistas navideños. Los turistas hacen aquí lo que hacen todos los turistas en cualquier parte del mundo: unos curiosean con los ojos tras sus gafas oscuras, otros disparan intermitentes ráfagas con sus máquinas digitales, exageran sonrisas posando para su álbum de recuerdos, otean mercancías, acarrean sus compras…

Encontré a Ahmed el platero todavía en su tienda —“Bijouterie Ethnique. Antiquités Berbères”— en el zoco de los plateros y orfebres. Besos en las mejillas, abrazos, sonrisas, preguntas comunes, otras más personales… Recuerdo vivamente, casi literalmente, la conversación que hemos mantenido hace poco más de dos horas; cómo olvidarla… Cada frase es como un sorbo de té a la menta amargo:

—Aicha nos informó de la muerte de tu mujer, Saskia…—y Ahmed lleva su mano diestra al corazón golpeándose cinco veces con contenido sentimiento.
—Sí, tuve que marcharme urgentemente en pleno Festival; murió en un accidente de coche, no llegué a verla viva —ni muerta, debería añadir; pero no se lo digo, ¿para qué?, he de mantener la ficción, ¿no?
—¿Te has vuelto a casar? ¿Tienes mujer? —Ahmed me pregunta con naturalidad lo que considera normal en todo hombre de nuestra edad. Y es que Ahmed y yo tenemos los mismos años; más aún: nacimos exactamente el mismo día —un catorce de mayo. No hace tanto que lo descubrimos entre los restos de un antiguo Registro Civil francés en Casablanca. Cuando nació Ahmed Marruecos estaba todavía bajo el Protectorado de Francia y por lo tanto con su administración. Pero pocos meses después llegó la Independencia y muchos archivos se extraviaron o perdieron su utilidad. Ahmed, como la mayoría de los marroquíes hasta muy recientemente, se han regido socialmente con disposiciones islámicas bajo la autoridad religiosa, siguiendo la tradición y la costumbre, registrados sus actos por adules (notarios tradicionales), etc. En tal situación el calendario “oficioso” más común coincidía en la práctica con el religioso, sobre todo en las provincias más distantes a las capitales occidentalizadas, y los años de referencia eran —son todavía para muchos asuntos— los años lunares de la tradición islámica; así como su Historia comienza el año 622 de nuestra era cristiana, fecha de la Hégira, cuando Mahoma y sus primeros seguidores se traladaron de La Meca a Medina. Es prácticamente imposible establecer una exacta correspondencia entre el Calendario Gregoriano y los años musulmanes —por la diferencia de días entre los meses solares y los lunares (de 354 días) y los ajustes discrecionales que suelen hacerse para validar el inicio de un mes, un año, el inicio del Ramadán, por ejemplo—, por eso el hallazgo de la fecha "cristiana" del nacimiento de Ahmed nos deparó la feliz coincidencia de haber nacido el mismo día, quién sabe si a la misma hora —qué bromas tiene el Destino. Así que Ahmed es como mi hermano mellizo; así nos tratamos, con cariño fraternal multiplicado por dos.
—No, Ahmed, no me he casado ni tengo “una” mujer —remarco intencionadamente el adjetivo numeral—… Quiero decir que por ahora no tengo una compañera en mi vida ni tampoco nadie de quien esté enamorado y pueda considerar como posible esposa o compañera sentimental en un futuro próximo. Intento utilizar las palabras más precisas, pronunciadas lentamente y con claridad, para que Ahmed entienda perfectamente mi situación… —es que es un pillo este “hermano putativo”, y siempre hay que precisar con él todas las palabras en cuestión de mujeres…
—Lo que tienes que hacer, mon ami, es acompañarme unos días a las montañas después de la Fiesta del Sacrificio. Tengo que viajar a la provincia de Al Hazouz en el Alto Atlas Occidental, desde Taroudant hasta Imlil, pasando por Aremd… Estoy seguro que esta ruta te encantará, tiene paisajes espectaculares, valles profundos y las más altas montañas de Marruecos. Quiero que conozcas a los bereberes de la tribu Aït Mizane; voy a comprarles joyas antiguas y también piezas de plata modernas que siguen fabricando con técnicas tradicionales. Las mujeres de esta tribu son de una gran belleza, sobre todo las jovencitas, enamoran sólo con mirarles a los ojos… Pablo, tienes que encontrar una mujer marroquí que te cuide a ti y a tu casa. Y las mejores son las mujeres bereberes de montaña, sin duda
—¿Pero qué dices, Ahmed? ¿Tú crees que necesito una mujer bereber? —le replico, sonriendo, como si le siguiera la corriente y me halagara su propuesta. —Así que me propones que vaya de excursión contigo a la búsqueda de una jovencita bereber que de seguro encontraremos en las tierras de los Aït Mizane o de camino; la miro, me mira, me sonríe, la tomo de la mano, me lleva ante su padre y toda la familia, negociamos la dote, me la presta su padre por una temporada a ver si congeniamos antes de casarnos, la envuelven con sus mejores vestidos y “anudan” con sus más ricas joyas, la traigo a Essaouira, cruzo con ella en brazos el umbral de Dar Hadaya Ilahe… y ya está… la mujer que necesitaba para toda mi vida; un regalo de Dios por mediación de mi hermano gemelo Ahmed… ¿Acaso piensas que una mujer es una de esas piezas de plata antigua que compras por ahí, un broche de piedras preciosas?...
—Así es… Una mujer es una joya, tú lo has dicho… Y cuando encuentras la joya más hermosa quieres poseerla, llevarla contigo el resto de tu vida, guardarla para que no te la roben; la muestras tal como es sólo a tus amigos, tu familia, la gente de tu confianza… Para obtenerla negocias con quienes la heredaron o fueron sus artífices dispuesto a dar lo máximo; su valor no tiene precio, es incalculable; ante una joya así no vale regatear ni ser mezquino… Dime, ¿por qué crees que no vas a encontrar así la mujer de tu vida? ¿No pagarías una dote por ella a su padre aunque pienses que no se debe pagar por una mujer en tu mundo? ¿No pagan los hombres por unos minutos de placer, por qué no van a hacerlo por el amor de su vida? —Ahmed quiere que entre en su juego, en su propuesta, y no repara en utilizar sus artimañas de comerciante de objetos valiosos y hermosos. No debo contestar ni proseguir sus argumentos. Tengo que finalizar esta conversación sin molestarle, pero firmemente… Me incomoda…
—Ahmed, una mujer no es un objeto precioso; quiero decir que no es un objeto. Punto… Es posible que te acompañe en el viaje; hace tiempo que quiero conocer esa región desde Essaouira-Taroudant, no por Marrakech… Pero quítate esa idea de buscarme una mujer bereber como si se tratara de una joya antigua… Yo no busco una mujer ahora… ni tampoco la buscaría de este modo en otro momento… Ahmed, el amor es algo más que unos ojos bonitos o un intercambio de miradas con curiosidad. Un hombre y una mujer han de conocerse, compartir muchas cosas y sentirse a gusto antes de decidirse a compartir todo, ellos mismos, el resto de sus vidas o hasta cuando dios quiera… No necesito una mujer sólo para que cuide de mí y la casa… Para lo segundo ya está Aicha. —le digo serio, sereno, confiando que se dé cuenta que la conversación me incomoda y que por ahí no vamos a ninguna parte.
Oui, mon ami… Entiendo qué me quieres decir… Una mujer no es un objeto, por supuesto… Pero la relación que solemos mantener entre nosotros, hombres y mujeres, es parecida a la que tenemos con los objetos… Hay objetos que son, o nos parecen, extremadamente bellos, muy valiosos, al tiempo que placenteros, incluso útiles, con un enorme valor de cambio o prestigio para quien los posee… Otros solamente los consideramos bonitos, agradables a la vista o al tacto, funcionales para algunas tareas, soportables mientras sirvan y no encontremos algo mejor… Y también hay objetos feos, desagradables, inútiles, insignificantes, que esperamos extraviar por el camino sin pena o sabemos que se deteriorarán más pronto que tarde sin importarnos… Por lo general los objetos que poseemos, que nos acompañan y sirven en la vida, tienen estas virtudes y defectos combinados. Nos sirven para algo y no para otra cosa… Por eso cuando encontramos ese objeto precioso que representa nuestros ideales, las virtudes que queremos disfrutar al máximo, sentimos la absoluta necesidad de poseerlo; más aún: “debemos” conseguirlo cueste lo que cueste —porque ya nos pertenecía y le pertenecíamos aun antes de “habernos” encontrado, reconocido por primera vez… Entonces, mon ami, no nos queda otra opción que luchar por esta joya, ofrecer cuanto podamos a su tenedor, obtener su posesión… —Ahmed me mira fijamente mientras construye sus originales argumentos y los traduce en palabras extranjeras, todo en uno, con cierta vehemencia… —Si no lo hacemos así, nos arrepentiremos toda la vida; y eso es mucho tiempo de penitencia para un hombre, Pablo… —concluye sentencioso…
—Sí, pero… —no acierto a contestarle, desconcertado. Ahmed me interrumpe, quiere rematar sus palabras con una de esas elocuentes frases que acostumbra a improvisar, que no admiten réplica, y me regala siempre que conversamos, sea el tema que sea, hasta del clima…
—Por supuesto el único propietario de una mujer es ella misma. Sus padres son sus creadores, pero eso no basta para asegurar su propiedad; son sólo meros custodios mientras ella lo permite y no encuentra alguien mejor que la proteja y cuide; o se guarda para sí misma si así lo decide y tiene poder para hacerlo… Nosotros los hombres no somos tan independientes, libres, dueños de nosotros mismos, como las mujeres… Somos… ¿cómo se dice?... Ah, sí: un apartamento de vacaciones en multipropiedad… —y ríe y me hace reír por la ocurrencia aunque no esté de acuerdo con él—… Ahmed prosigue, ahora más misterioso y solemne: —Cuando encuentras esa mujer — por favor, imagínala como un objeto precioso— sientes de inmediato (y no sólo lo supones o intuyes) que es la joya que habías soñado, que contiene realmente todas las gracias que tú imaginabas hasta entonces ideales… y ya sabes qué tienes que hacer, mon frère, no hace falta pensar mucho… Como buscador y coleccionista de gemas y cristales preciosos te aconsejo que mires a los ojos, que te fíes de las miradas, para reconocer si una mujer es o no el “regalo de Dios” que prenderás a tu alma y tu cuerpo el resto de tus días. Fíjate bien, en una sola mirada se puede descubrir el brillo deslumbrante del amor y todas sus promesas… Busca primero miradas y déjate encontrar por ellas. No las rehúyas ni las niegues nunca, mon ami… Todo lo demás a su alrededor es sólo un estuche para llamar la atención o confundir intencionadamente. No es en el resto del cuerpo o en la inteligencia en donde encontrarás esta revelación, ni tampoco te dejes llevar de primeras por los dulces halagos o por esas posturas elegantes que denotan sensibilidad y educación; se pueden falsificar, suelen provocar falsas impresiones… El amor, como la verdad, destella en los ojos…
—Sí, Ahmed, entiendo qué quieres decirme… ¿Pero por qué nada más encontrarnos? ¿Por qué has comenzado este, digamos, consejo sentimental con una invitación a buscar juntos una joven bereber en las montañas y poco menos que comprarla a sus padres si sus ojos me enamoran? Te conozco, Ahmed, tus palabras siempre quieren decir mucho más que sus evidentes significados…
—Claro… me conoces y yo te conozco, ¿no dices que somos hermanos mellizos de vientres distintos pero unidos a la misma placenta? Toda mi vida la he dedicado a aprender y saber reconocer el valor de las gemas y los cristales sólo por su brillo, por la trasparencia u opacidad de sus colores. Pero no sabes —y esto es una confesión íntima— que también me he ocupado en aprender el lenguaje de las miradas, interpretar los ojos como joyas parlantes, reconocer las virtudes y los defectos de las personas, sus sentimientos, sus valores y cobardías, en sus miradas y según el brillo de sus ojos… Nada más llegar y besarnos como hermanos he reconocido en tus ojos miedo y soledad, tristeza, sentimientos que desconocía en ti, siempre tan seguro y valiente, mirando lejos y hondo desde que te conozco… Ignoro las causas de tu mirada turbia. Pero estoy seguro que si hubiera una mujer junto a ti, si estuvieras enamorado, Pablo, no habría dificultades ni peligros que pudieran derrotarte ni sumir en tal desesperanza como interpreto en tus ojos. Si no puedes defenderte solo busca alguien que comparta tu lucha. A lo peor estás confundido y no te das cuenta que tu principal debilidad es que estás solo, te sientes solo, te niegas al amor y renuncias deliberadamente a encontrar esa mujer que necesitas prender a tu alma… Qué solo estás en Dar Hadaya Ilahe, Pablo. Una casa como la tuya sin una mujer es como un pozo sin agua. Y un pozo tan profundo seco es un gran peligro para el alma: puedes caer involuntariamente a su fondo, arrojarte desesperado… Esa no es la solución.

Me estremecen sus últimas palabras; me conmueven sus revelaciones… ¿Y si tuviera razón, Ahmed? ¿Y si lo que realmente necesito es alguien que me ayude a resolver esta historia que me angustia, me proteja mientras tanto, me haga recuperar el brillo valiente de mis ojos? —Entonces, Ahmed, ¿qué tiene que ver todo eso de las mujeres bereberes con tus consejos? —le digo por decir algo y no desfallecer en el silencio…
—Ah, son trucos de comerciante, mon ami… debía provocarte para que salieras de tu ensimismamiento e ideas fijas antes de venir aquí; tenía que cambiar tu punto de vista. También quería recordarte que el Amor siempre llega inesperado, a su tiempo, en el lugar acordado por el Destino, es decir Dios, Inch’Allah… ¿Por qué no reconocerlo en los ojos de una mujer de los Aït Mizane, encontrarlo bajo las montañas del Atlas? Hay que estar atento, ciertas maravillas sólo suceden una o dos, o tal vez tres, ocasiones en la vida, no muchas…
—De acuerdo, Ahmed, pensaré en tus palabras. Intentaré cambiar mi punto de vista. Te prometo que haré todo lo posible por recuperar el brillo de mis ojos…
Inch’Allah, mon frère… —y celebramos mi promesa con tres besos en las mejillas y un dúo de palmas en el corazón…
—Gracias, gracias, gracias, Ahmed… Voy a seguir mi paseo, necesito generar energía suficiente para esa alquimia… Ahora voy a saludar a Hassan el yerbatero, ¿está en Essaouira?
—Si, está en la ciudad, pero no creo que le encuentres en su negocio. Hoy es viernes y es posible que todavía esté en la mezquita. Ya sabes cómo es… —Cómo no saberlo, Ahmed, pienso para mis adentros. Hassan es un hombre religioso, más que eso. Muchos le consideran un fanático tradicionalista y quién sabe si peligroso. Es el líder de un grupo muy numeroso de jóvenes religiosos barbados y mujeres que ocultan totalmente su cuerpo y su rostro, lo que no es común ni en Marruecos ni Essaouira. A todos les extraña nuestra amistad. Si supieran…
—Es cierto, no había caído… Bueno, pasaré mañana por su botica.
—Te cuidado con Hassan, Pablo; en los últimos meses ha extremado sus posiciones. Lo que está sucediendo en Irak y Palestina le ha dado argumentos muy radicales y su gente empieza a actuar con cierta violencia sin ocultarse. Tú sabes que aborrecen todo lo occidental. Si no fuera porque la tienda de productos naturales y medicinales de Hassan les da buenos ingresos y permite financiar sus actividades estoy seguro que habrían asustado a los turistas y prohibido que transitaran por su barrio. Intenta no discutir con él… Además dicen que está preparando algo muy fuerte para las próximas semanas. Hassan y Aziz van a perjudicar a esta ciudad, ya verás.
—Te agradezco la advertencia, Ahmed. Desde luego lo que menos deseo ahora es abrir otro frente conflictivo en mi vida, y menos en Essaouira. No obstante pasaré mañana a saludarle y conocer de sus labios qué piensa… —estas últimas palabras las pronuncio alejándome de Ahmed, seguramente no las escuchó; mis palabras y mis silencios necesitan tanta insulina como yo, vamos de paseo…


Es tarde-tarde… hora de volver a casa. Tengo hambre. He de escribir y pasar mis notas de la Moleskine al laptop. Además consumí toda la tetera, toda su amargura, y el sol comienza a sentirse derrotado un día más, no quiero que me contagie… He descansado suficiente; recordado y trascrito lo importante, la conversación con Ahmed. Para qué más tiempo en el Café de France… El resto de este día y toda la noche hasta el sueño pertenecen a Dar Hadaya Ilahe. Vuelvo contando turistas como borregos…

Nada más entrar en el Dar reconozco la voz de Souad Massi dándome la bienvenida con su nostálgica voz. Aicha ha puesto Raoui… Ahora mismo Souad canta J’ai Pas de Temps, una agridulce balada melancólica… On m'avais dit que la vie est belle / Mais moi je la trouve des fois cruelle / La fumé noir a pris la place du ciel / Les grandes tours ont caché les étoiles… —no podría ser más oportuna esta canción para expresar mis reclamos. Cuántas veces una canción escuchada al azar responde por nosotros o nos pregunta impertinente… ¿sólo coincidencias?— Entro en la cocina y comienzo a preparar mi no sé cómo llamarlo… Debo poner orden primero en mis comidas, en mis horarios, o la diabetes me va a dar un susto que no me puedo permitir… El tajin de pollo con limones confitados todavía está caliente pero necesita un último golpe de fuego; recalentaré también la harira… Qué delicias me prepara Aicha… Qué extraña relación la nuestra… Ojalá no le haya abrumado demasiado esta mañana con mis confidencias y acaso excesivas precauciones… necesito tanto de su serenidad y fortaleza… —salgo y entro de la cocina al claustro trasegando pensamientos y platos por igual… Me detengo para escuchar las últimas estrofas de la canción: Seule dans la rue déserte / Seule traversant l'hiver / Je marche sans tourner le tete / Je suis mon chemin de solitaire… Solo, eso es. Solo más que solitario… qué razón tiene Ahmed… Dar Hadaya Ilahe necesita humedad, que la hidrate y no con recuerdos tristes precisamente… Necesito llevarme ojos ajenos a la cara, atreverme… ¿Pero aquí en Essaouira? Si he venido para estar invisible… Ciego e invisible, qué ruina de hombre…

¡Por fin en “Paul Klee”! La habitación está confortable, con la temperatura que me gusta, templada… Toda ella está en perfecto orden. No tengo más que conectar el laptop y empezar a trascribir mis notas, los párrafos que empecé a redactar más o menos definitivos ayer en el viaje, los subrayados en El vendedor de cuentos… Antes de comenzar a escribir conecto el equipo de música… Pienso… ¿qué música?... De la primera pila de Cd’s tomo unos cuantos confiado en encontrar pronto lo que necesito… Miss Kittin —no, ahora no—, Red Snaper, Thievery Corporation… Kitaro, Sonatas de Mozart, Schubert… más Souad Massi —no; necesito una voz de hombre—… ¡Leonard Cohen!… —sí, esa es mi voz… voz de durazno, dicen—… The Essential de Leonard Cohen. ¡Perfecto!… En unos segundos Leonard y yo cantamos a dúo I'm Your ManSi tú quieres un amante / haré cualquier cosa que me pidas / Y si quieres otro tipo de amor / me pondré una máscara por ti / Si tú quieres un compañero, coge mi mano / O si lo que deseas es golpearme con rabia, / aquí estoy / Soy tu hombre

Petter el Araña confiesa que ha inventado historias desde su infancia. Siempre ha estado inspirado para imaginar ficciones y relatos, bien a modo de novelas o cuentos, obras de teatro o guiones cinematográficos, pero nunca ha llevado a cabo sus proyectos, ni siquiera lo ha intentado. El único desarrollo de sus ideas que se ha permitido escribir son sus famosas sinopsis, es decir un resumen de las ideas fundamentales de la historia imaginada, de los aspectos originales que la significan, algunos detalles de la trama o sus circunstancias si vienen a cuento, y poco más; algo así como el trailer de una película. Al principio esas sinopsis fueron meros bocetos, luego constituyeron una especie de género propio, para terminar siendo un negocio redondo de venta de ideas al por mayor, base de su fortuna e influencia literaria… En realidad su problema es que tiene “demasiada inspiración” e imaginación. Tal es así que no ha tenido más remedio que generar ideas sugerentes toda la vida, muchas de ellas geniales por su excepcionalidad o complejidad, y darles forma inventando tramas y misterios tan buenos por no decir excelentes. “Con tantísimas tramas para elegir —dice el Araña—, ¿cómo saber cuál escoger para una novela?” Además el protagonista de El vendedor de cuentos piensa que “los novelistas tienden a concentrarse en una misma idea durante mucho tiempo, a veces varios años”, lo que le parece “una falta de energía, de lucidez mental”… Su temperamento le ha llevado a otras empresas literarias: “Aunque hubiese sido capaz de concentrarme para escribir una novela, no me habría dado la gana hacerlo. No habría tenido motivación suficiente para escribir una novela, una vez que la idea había sido concebida y se encontraba a salvo en una libreta o carpeta”…

Entiendo muy bien a Petter el Araña porque desde que tengo “uso de razón literaria” no he parado de inventar historias y plantearme todo tipo de proyectos literarios pero he sido incapaz de concentrarme suficiente para terminar por completo una obra de “largo recorrido”, por ejemplo una novela. Yo si lo he intentado, no como el Araña, pero fueron empresas fallidas; y mira que puse voluntad —a lo peor me faltó convicción. Durante años pensé que era vago o inconstante o un diletante, o de todo un poco o mucho, pues en las cinco novelas y casi una veintena de relatos largos que comencé no pude pasar siquiera del tercer capítulo en ninguno de ellos. Sin embargo he escrito mucho, muchísimo, y he publicado un centenar de textos más bien largos —densos, con sustancia— del tipo de literatura que suele calificarse como “ensayos” y en inglés “papers” y “research papers”. Escribo y he escrito preferentemente acerca del Arte y los artistas visuales, de estética y otras temas concurrentes, en general sobre los procesos de creación y representación artísticos, pero siempre desde una perspectiva más vital y experimental que teórica, es decir del arte y la vida como sinónimos, como experiencias coincidentes, incluso intercambiables. Dicen que mis ensayos son “diferentes”, y yo también lo creo. Aunque el principal objetivo de estos ensayos sea argumentar hipótesis críticas, analizar y exponer los asuntos que me interesan, por los que tengo curiosidad intelectual, formalmente son textos escasamente académicos. Siempre he cuidado la forma y el ritmo más de lo habitual en estos casos; digamos que literariamente, incluso poéticamente, para que sean deliciosos de leer, exquisitos además de inspirados… No soy pues un vago ni un inconstante ni un diletante escritor… salvo en lo que atañe a escribir narraciones y contar largas historias; y es que a lo peor intentaba escribir una novela sin pies ni cabeza… y eso es una monstruosidad.

Es un error postmoderno pensar que se puede escribir primero y vivir después” —afirma categóricamente Jostein Gaarder-Petter el Araña… “Primero se vive, y luego, si uno quiere, podrá evaluar si tiene algo que contar, y eso lo dice la vida misma. La escritura es fruto de la vida, y no la vida fruto de la escritura”… Concuerdo absolutamente con el “vendedor de cuentos” respecto a este asunto germinal —qué mejor que expresar mis pensamientos bajo la autoridad de sus palabras, “collageando” fragmentos de su obra autobiográfica: “En el caso de escribir se hace porque se tiene algo que decir, algunas palabras de consuelo para otras personas… pero uno no se sienta a “escribir” sólo para “escribir”… “Cuando un gran escritor no tiene nada que contar, hace otra cosa, tal vez cortar leña”… Un gran escritor no intenta inventar algo que escribir, sino que sólo escribe cuando tiene que hacerlo…

El ring de mi teléfono marroquí interrumpe la concentrada tarea de recolectar y trasegar las palabras de Petter el Araña a mi propia historia; me sobresalto por esta inesperada llamada todavía anónima… Aguardo en silencio la voz al otro lado… mi corazón se revoluciona expectante.
—¿Pau… estás ahí? —reconozco la voz de Lourdes, suspiro tranquilo; mi corazón se remansa…
—Sí, claro… estaba esperando una voz conocida. Qué alegría escucharte… Ayer antes de salir de la isla intenté hablar contigo pero tenías el teléfono desconectado. Te dejé este número en tu buzón porque necesitamos estar en contacto ahora más que nunca; mi teléfono personal lo cerré y no pienso utilizarlo en adelante. Quiero estar ilocalizable para el resto del mundo.
—Eso interpreté en tu mensaje… ¿Pero estás en Italia como dices en tu contestador automático, o dónde? Este número es de Marruecos; supongo que estás en Essaouira…
—Sí, Lou, estoy en mi casa en Essaouira “refugiado”; lo de Italia es sólo para despistar…
—No pensé que ibas a escapar tan pronto…
—¡Cuánto quieres que espere, Lou! ¿Qué debo esperar?... ¿Que vengan una noche a casa a quitarme de en medio? Aquí al menos me siento protegido…
—Bueno, no te alteres, Pau… Entiendo que allí te sientas más seguro… Pero también necesito tenerte cerca para sentirme segura… Pensé mucho estos días acerca de la dependencia que siento por ti. Aunque me duela, admito que tus sentimientos hacia mí no son los mismos que yo siento, y que no quieras “complicar” más tu vida de lo que está… aunque sin querer me la hayas complicado a mí… —y sus palabras son un firme reproche aun pronunciado con delicadeza. —Compartimos muchas cosas ahora, Pau, secretos en común y también sus riesgos y peligros; así que compartir la cama no me parece una complicación tan insoportable… Estamos implicados en la misma historia, Pau… ¿O no te das cuenta; tan ocupado estás en escapar? —prosigue Lou sus reclamos con sutil ironía…
—Lo sé, Lou… y tú saps què vull dir-te, ¿no? Compartir la cama contigo me perece no sólo soportable sino adictivo… —y al otro lado oigo su risa fresca, un torrente de “semicarcajadas”—… Sólo quería decirte que no voy a tu ritmo sentimental por ahora. Que no puedo poner la atención que quisiera en nuestra relación, y que no podemos tener futuro si no soluciono antes mi presente…
—Y de paso el mío, mi querido Pau… En fin… continuaremos “lo nuestro” en otro capítulo; me va a costar una fortuna esta llamada… Te cuento novedades telegráficamente; luego te escribo y envío algunos recortes de noticias de agencia que me han llegado hoy…
—Estoy impaciente, Lou… Te necesito —e intento pronunciar esas palabras con todos los significados y matices de mi necesidad; más aún después de mi conversación con Ahmed…
—Eres un encallecido seductor, Pau… Bien, vamos a la pocilga… Te cuento: Don Pedro Emilio hizo ayer una declaración voluntaria en la Audiencia Nacional. Lo sorprendente es que ha implicado a sus tres hijos y un par de hombres de total confianza, dos de sus testaferros. He hablado con algunos amigos juristas en Madrid para interpretar esta “traición” familiar y están seguros que no es lo que parece. Me explico: creen que les está protegiendo aunque les implique. Les protege de dos maneras complementarias… Primero haciéndoles partícipes de algunas de sus tramas menores, por supuesto también delictivas. Lo que supone que el Juez les llamará a declarar no más tarde de mañana, antes de Navidad; pero ahora ya no como testigos sino como acusados, por lo que tienen derecho a defenderse incluso con la mentira o negándose a testificar para no incriminarse… —hasta el momento eran sólo testigos para el Fiscal, es decir estaban obligados a decir la verdad, a colaborar absolutamente con la Justicia, a riesgo de perjurio o sanciones por su obstrucción si no lo hacían. Así que el jefe de la familia se protege, implicándoles, protegiéndoles con su acusación… una paradoja legal muy eficaz… ¿Oyes bien, Pau?
—Sí, Lou… continúa, por favor, no te quiero interrumpir
—Pero con esta estratagema parece ser que también quiere protegerles físicamente y no sólo jurídicamente. Se dice que ha pactado con el Fiscal para que solicite al Juez sus internamientos preventivos en la cárcel, si es posible en la misma prisión en donde está ahora Don Pedro Emilio, aunque estén incomunicados. Seguramente el Juez les impondrá una fianza que no desembolsarán y pasarán de inmediato a la cárcel. Con este extraño movimiento deduzco que el Sr. Piedra está confesando que se siente en peligro, él personalmente y su familia y allegados más próximos, acosados no sólo por la Justicia sino por algo o alguien todavía desconocido… Tiene miedo por sus vidas. ¡Qué fuerte!… Don Emilio Piedra, el gran “Capo” de la Operación “Piratas del Mediterráneo”, acojonado por su vida y las de su gente, se refugia en la cárcel de Alhaurín de la Torre protegido por Instituciones Penitenciarias y un ejército de delincuentes que seguramente habrá reclutado en prisión… ¡Qué titular!
—Lou, si esto es verdad, la historia da un giro si cabe más perverso, tan misterioso como inesperado… ¡Imagina!… ¿Quién puede estar detrás o enfrente de un hombre tan poderoso? ¿Y si sólo fuera que se está protegiendo de la venganza imprevisible de alguien menor entre los que ha estafado y dejado por el camino? —intento rebajar con escasa convicción el grado de amenaza a Don Pedro Emilio.
—No creo; para eso hubiera bastado con esconderse en cualquiera de sus casas-bunker y contar con un puñado de guardaespaldas… No olvides que su mujer, aunque bajo control policial, todavía está libre, refugiada en su casa de Sotogrande. Parece que va a ser la única que se arriesga a permanecer fuera de la cárcel separada del resto; yo creo que ha asumido la “jefatura” de la familia en el exterior…
—Pues claro, Lou… Doña Carmen es la única persona en la que pueden confiar afuera… Qué carácter el de esta mujer; no veas el coraje que tiene pese su aspecto frágil y belleza de porcelana… —cómo me impresionó Carmen cuando la conocí; la recuerdo siempre como una hermosa figura de “Blanc de Chine”…
—Y hablando de mujeres… Me han asegurado que Iris Barbier, la testaferro "sexy" de Don Pedro Emilio en Madrid que “cayó” la semana pasada, no sólo era una amiga de colegio de tu difunta “ex”… —y lo deja caer como si nada… Le interrumpo de inmediato con un sostenido siseo que atiende sin más. Sabe que me duele su intención.
—Lou, por favor, no me que gusta que adoptes este tono y utilices esas palabras cuando te refieres a Saskia; lo sabes —le reprocho secamente…
—Discúlpame, Pau, no lo hice con "muy" mala intención… Prosigo: la dulce Iris parece que también era “más que amiga” de su marido, Rodrigo… y socios en algunos negocios nada transparentes… ¡Vamos, Pau, es que tu Saskia me sale por todas partes aun sin querer! Estoy harta de su fantasma… —concluye efectivamente harta por el tono de sus palabras.
—Gracias, Lou por tu información… pensaré en ello. Tengo mucho tiempo aquí para pensar y escribir acerca de estas novedades. Por favor, envíame por e-mail esas noticias y lo que se te ocurra. Llámame cuando quieras y cuídate, que solamente tengo una Lou… Por cierto, ¿recibiste más amenazas por teléfono?
—No... Vale, descuida, lo haré… Además me han confirmado que Don Pere Barceló está recluido “voluntariamente” en su finca desde hace una semana protegido por un auténtico ejército de guardaespaldas y compañías de seguridad. Ojalá la misma desconocida amenaza tenga acojonados por igual a Piedra y Barceló… Dios, qué pesadilla… ¡Qué cabrones!
—Así sea, Inch’Allah… Un beso, Lou. Cuelga; de verás te costará una fortuna… Ten cuidado; por favor, no te arriesgues demasiado…
Ciao, hasta mañana, encallecido seductor… Disfruta tu soledad…

Cesa la voz de Lou al otro lado y nuevamente Leonard Cohen se adueña de mis oídos y mi atención en la soportable soledad de “Paul Klee”… “Todo el mundo sabe que los dados están cargados / Todo el mundo los tira con los dedos cruzados / Todo el mundo sabe que la guerra ha terminado / Todo el mundo sabe que los buenos perdieron / Todo el mundo sabe que la pelea estaba amañada / Los pobres seguirán pobres, los ricos se harán ricos / Así es como va… / Todo el mundo lo sabe”… Everybody Knows, everybody knows

Carta-oración a Lou:
Gracias Lou por estar en mi vida aunque no como deseas… Gracias por perseguir tus sueños e invitarme a formar parte de ellos… Gracias por insistir aquel domingo de octubre y no dejarme a solas con el vendedor de cuentos; por llevarme de excursión al Amor por los alrededores de Selva y Caimari… Gracias Lou por detener tu coche al atardecer y llevarme de la mano a tu boca, y de tu boca a tu vientre, acostados sobre la hojarasca de otoño… Gracias por secuestrarme aquella noche y decirme al oído esas palabras que los amantes se dicen abrazados, desnudos, sin cautelas… —hacía tanto tiempo, Lou… Gracias por retenerme hasta la mañana siguiente mientras esos hijos de puta a sueldo de sus señores entraban a mi casa y saqueaban de madrugada, violaban mis pequeños secretos y robaban mi memoria mineral doméstica modelo Asus, por supuesto… Gracias por compartir mis secretos y hacerlos tuyos por casi nada… Gracias por ayudarme a sobrevivir desesperado por casi todo… Gracias por soportarme y aguantar todo esto sin perder la sonrisa ni extraviar tus caricias por el tortuoso camino del miedo y la madre que lo parió… Gracias por resistir mis negaciones a pies juntillas y sin una lágrima… Gracias por estar aquí y ahora invisible a mi espalda mientras te escribo… No me faltes. Inch’Allah

—Recuerdo que aquella primera noche, luego de amarnos —yo pensativo y silencioso, contemplando abstraído la lámpara de papel de arroz de tu habitación— me dijiste valiente que no querías fantasmas en tu cama, que me fuera con el fantasma de Saskia a otra parte… Perdona, Lou, he vuelto a leer otra vez esta noche nuestras cartas, a mirarle a los ojos… Saskia se conoce al dedillo los corredores y laberintos del laptop; está por todas partes…


Foto: Cafés en Essaouira. Place Moulay Hassan

miércoles, 12 de noviembre de 2008

2º Capítulo/ Un pozo sin agua (primera parte).

Es mediodía. Salgo del dormitorio, me asomo a la barandilla a ver si Aicha ha preparado el desayuno. La mesa grande ya está lista en medio del claustro: mantel azul índigo, paños y servilletas cubriendo la panera y los dulces, el frutero repleto de mandarinas, los platos verdes de cerámica de Safi todavía vacíos… A esta hora la luz desciende vertical, sin obstáculo alguno, por el inmenso pozo interior de la casa inundándola en su totalidad, penetrando en sus habitaciones entreabiertas. La luz es una de las bendiciones de Dar Hadaya Ilahe, acaso el más hermoso de los regalos de Dios a esta casa… Alzo la mirada y a través del lucernario descubro el cielo totalmente azul, sin rastro de nubes; qué distinto a esta mañana temprano cuando me desperté y subí a la terraza y desde el mirador contemplé cómo se desperezaba la ciudad —aún somnolienta y aterida— bajo un manto de nubes bajas y en la bruma. Qué placer un día así: soleado, luminoso, más que tibio, ideal para pasear sin cuidado por las calles de Essaouira, charlar con los conocidos despreocupado en sus carasoles, tomar sin prisas un té en alguna terraza al aire, incluso caminar por la playa si encuentro la marea baja… Miro nuevamente el reloj y confirmo lo tarde que se ha hecho. Necesito salir a la calle nada más desayunar, más bien almorzar por la hora que es. Seguiré escribiendo por la tarde: hay tiempo —me digo, confiado…

Llamo en voz alta a Aicha que sale de inmediato de la cocina en donde supongo esperaba pacientemente mi señal desde hace un buen rato. Admiro la paciencia de esta mujer tanto como su discreción y entusiasmo. Qué fortuna haberla encontrado y sobre todo que quisiera trabajar en Dar Hadaya Ilahe dejando sus clases en el instituto. Además es una excelente cocinera, la mejor de Essaouira. No hay nadie mejor que ella para cuidar la casa en mi ausencia, para hacerme compañía cuando estoy aquí “refugiado” del resto del mundo…

Tengo que hablar con Aicha de lo que está sucediendo a mi alrededor, debe tener información suficiente, estar prevenida sobre los peligros que nos acechan y tome precauciones. Soy consciente de la urgencia, y aún con todo me cuesta hacerlo, no sé cómo empezar… Es como cuando uno comienza a escribir un relato y demora el inicio de la acción con prolijas descripciones aparentemente inocuas o innecesarias. Sabemos que tarde o temprano tendremos que desplegar el asunto que llevamos entre manos pero nos asusta la responsabilidad del principio de la creación, tomar decisiones sobre lo qué va primero y sucede después… No, no se trata de miedo a cometer errores irreparables —en literatura no hay errores irreparables, todo se puede corregir, borrar, incluso desechar y volver a empezar de nuevo, no es como en la vida real que cada acontecimiento es imborrable y decisivo. En literatura siempre estamos en proceso, en trance, es decir entrando y saliendo del mundo de las palabras posibles, acarreándolas de un lado a otro hasta encontrar su lugar idóneo, su momentáneo equilibrio —aunque sea precario y esté sometido a las leyes de la isostasia, su flotabilidad en el inestable magma de la realidad verosímil. En una novela, escribiendo una novela, ocupamos la mayor parte de nuestro tiempo esperando la ocasión propicia de escribir esa palabra que pone en funcionamiento el mecanismo fatal de la mimesis, cuando cualquier ficción se convierte en retazos de nuestra vida, la evocan, nos reconocemos en sus tramas y diálogos. Esperamos esperanzados esa palabra recurrente “ábrete sésamo” que inaugure las confesiones en cadena del autor y sus personajes, es decir el momento de compartir sus secretos o al menos ir a su paso por las espirales y quebradas de sus laberintos hasta el final anunciado todavía oculto. Cada palabra de una novela es una piedrecita de Pulgarcito estrictamente necesaria para seguir su camino, o recuperarlo o desandarlo —como queramos, a nuestro capricho—, un talismán para conjurar el miedo a perdernos por los extrarradios y periferias de cualquier historia, en los selváticos territorios de los cerros de Úbeda de nuestra portentosa imaginación, a perecer amnésicos, desorientados, describiendo círculos concéntricos alrededor del sumidero del olvido o lo innombrable… No puede haber palabras-miga-de-pan en una auténtica novela…

Bonjour, Aicha… Ensuite je descends dans la cour pour prendre le petit-déjeuner… Avez-vous déjà préparé tout?
—Bonjour Monsieur Pablo… Oui, je fais des crêpes ultra-minces, je viens d'en faire et elles étaient parfaites…


Aicha y yo nos hablamos en francés, como lo hago en todo Marruecos donde la mayoría de la población es prácticamente bilingüe, salvo en algunas remotas aldeas de etnia bereber en las que apenas se habla francés ni siquiera árabe —a partir de ahora traduciré directamente nuestras conversaciones y todas las demás; ésta es una novela con traducción simultánea… Ah, también quiero aclarar en este párrafo por qué Aicha me llama “Monsieur Pablo”. En realidad me llamo “Pablo”, aunque desde que recuerdo mi padre siempre me llamó “Pau”, que es el mismo nombre en catalán y también significa “Paz” en esa lengua. Cuando nací tuvo que inscribirme como “Pablo” porque entonces no dejaban registrar nombres propios que no pertenecieran a otro idioma que el español. Él mismo se llamaba “Liberto”, y así fue registrado en tiempos de la República, pero tras la Guerra Civil tuvieron que reinscribirle como “José Liberio”. Mi padre evitó siempre que pudo reproducir ese nombre impuesto, por ejemplo absteniéndose de tramitar documentos oficiales en los que se hubiera visto obligado a hacerlo. Esta digna cabezonería le llevó a no renovar su D.N.I. en más de veinte años y negarse a solicitar su pasaporte, hasta que ya en plena democracia pudo cambiar por fin aquel nombre espurio y “renacer” con su original nombre propio: Liberto. Llamarme “Pau” fue para mi padre una manera íntima de reafirmar sus profundas creencias libertarias, las de su familia… Me gusta tener dos nombres, utilizarlos cada uno como se merece, aun a pesar de los malentendidos y relativas molestias que mi “doble personalidad nominal” provoquen de vez en cuando. Yo mismo he abonado esta ambigüedad: por ejemplo mi perfil público, los textos y libros que escribo, mi entero currículo profesional están invariablemente firmados por “Pau Bondia”; pero mis amigos y demás gente de confianza me llaman Pablo, y con este nombre suelo presentarme, aunque también depende de mi interlocutor y del ambiente en el que me encuentro o me doy a conocer. Qué divertidas confusiones (también desagradables algunas veces) se dan con esta voluntaria “binomia” —más o menos similares a las que se producen con nuestro segundo apellido español en los países anglosajones; la de veces que he tenido que aclarar en las fronteras que mi “family name” no era precisamente “Mr. Lacasa”…

Vuelvo de nuevo a la habitación “Paul Klee” —todas las habitaciones de Dar Hadaya Ilahe tienen nombre de artista, de los que me gustan, por supuesto— para recoger unas cuantas cosas y meterlas en el bolso de fieltro verde en bandolera: un cuaderno de notas todavía intacto, la Moleskine que me servirá para escribir las cosas que se me ocurran mientras no esté en casa frente al laptop —mi memoria mineral, el ordenador portátil que siempre me acompaña en los viajes—, la estilográfica azul y un par de cartuchos de tinta, la cámara de fotos digital, una bolsita de kleenex, un paquete de cigarrillos Gauloises, el rosario de cuentas de jade —mi talismán— y el teléfono móvil que utilizo en Marruecos… No olvido nada —me aseguro… Deduzco que no hace frío en la calle, así que me pondré la sahariana de loneta caqui; con esto y un foulard fino al cuello será más que suficiente… Y por fin salgo de la habitación cerrando la puerta con llave —lo que me resulta raro, desacostumbrado, porque nunca lo había hecho hasta ahora—… Ay, ¿tantas precauciones no serán delirios paranoicos? —me pregunto con inquietud—… Cualquier respuesta posible me asusta…

Desciendo ágil los dos pisos de la casa y nada más llegar a la planta baja me encuentro con Aicha que me espera con la más abierta de sus sonrisas, todos sus dientes blancos. Nada más vernos nos besamos cinco veces en las mejillas y en las manos —Aicha es bereber, gente cálida y afectuosa como pocos, leales hasta el heroísmo si sabes ganar su corazón, nunca comprarles—. Besarse así es la más evidente señal de nuestra amistad y mutua confianza, más allá del respeto que nos debemos por cuestiones laborales. Aicha es la ama de Dar Hadaya Ilahe, eso lo dice todo.

Bonjour Monsieur Pablo… ¿Ha dormido bien, suficiente? Ayer le vi muy cansado, no habló en todo el viaje… Apenas he trabajado en la casa para no hacer ruido y despertarle. Ahora arreglaré su habitación…
—Gracias, Aicha… Dormí como un bendito, lo necesitaba. Pero no más de cinco o seis horas, como siempre… Me desperté temprano, subí al mirador, hacía frío, mucho, no imaginé que tendríamos luego una mañana tan hermosa —y al unísono elevamos nuestras miradas hacia el lucernario casi cegados por esta luz de media mañana… Después fui al hammam pequeño a ducharme con agua bien caliente, casi hirviendo, para terminar con un chorro de agua fría que me despertó totalmente y no sabe con qué escalofríos… —y ambos reímos a dúo por los aspavientos y estremecimientos que sobreactuando escenifico ante sus ojos— Estuve ordenando todo en Paul Klee, ocupando con mis cosas la mesa de trabajo; voy a pasar mucho tiempo allí los próximos días, escribiendo. He venido a Essaouira para quedarme una larga temporada, al menos unas semanas, no sé hasta cuándo.

Aicha parece escucharme tan complacida por la noticia como intrigada por mis motivos. Reconozco que se siente feliz, me lo dice a su manera no sólo con palabras, aunque interpreto alguna reserva en su rostro —son tan expresivos sus ojos, el catálogo de sus sonrisas, su mentón-máquina-de-la-verdad y ese hoyuelo que parece tatuado… Aicha quiere saber más, yo creo que debe saber “casi” todo. Al fin al cabo necesito su complicidad, su ayuda más que nunca, tanto como ella necesita mi total confianza para sentirse segura, mucho más que hilarantes parodias o inteligentes evasivas… Seguimos mirándonos fijamente —qué elocuentes estos silencios que dicen todo aun sin decir…

—Cómo me alegro, Monsieur Pablo… Decir que le hemos echado en falta es poco… ¡Cuánto tiempo! Han pasado seis meses desde aquella noche en que volvió urgentemente a España cuando le anunciaron el accidente de la señorita Saskia… —Trago saliva… Oigo su nombre — Saskia Saskia Saskia— y de inmediato bajo la mirada. No quiero que Aicha vea cómo me afecta todavía este nombre; cuánto me cuesta enfrentarme a la gente que la conoció y de algún modo la quiso o simplemente le tuvo simpatía, cómo me duele cuando proyectan sus recuerdos en cinemascope en la pantalla chiquita de sus córneas humedecidas al recordarla, al recordarnos juntos alguno de aquellos días que fuimos más felices que infelices. No soporto su compasión, nunca me acostumbraré a su lástima, si supieran… Saskia… creía estar preparado para trasmitir sólo tristeza al escuchar su nombre, pero soy incapaz de hacerlo, no soy tan cínico… Escapan tantas cosas a borbotones por la herida abierta de una mirada que no puedo por menos que bajar los ojos y guardarme, también guardar las palabras que seguramente diría vehemente, los monosílabos que a lo peor confundiría aturdido sólo con oír tu maldito nombre, Saskia… —Sin duda Aicha se ha dado cuenta de mi incomodidad y sin cambiar de conversación la desvía sutilmente hacia las especiales circunstancias de aquel día en Essaouira:
—¿Recuerda Monsieur Pablo que no podíamos salir de la ciudad?
—Sí, Aicha, cómo olvidar lo que sucedió aquel día —le contesto sin palabras—, era finales de junio, exactamente el 23 de junio, coincidiendo con el Festival de música Gnaoua que desde hace años atrae a Essaouira a miles de participantes y turistas en esas fechas. Era imposible moverse por las calles, los accesos a la ciudad estaban cerrados y había colas kilométricas de coches y autobuses que intentaban acercarse a Essaouira como fuera. La ciudad estaba colapsada. ¡Cómo no recordar aquel día y aquella locura!…
Aicha insiste: —Menos mal que mi hermano Khalid consiguió un coche y pudieron salir juntos de madrugada hacia Casablanca… Qué suerte tuvieron de llegar al aeropuerto minutos antes de la salida del vuelo… —y nada más decir “suerte” reconoce avergonzada que ha pronunciado una palabra “inconveniente”, inapropiada para aquella situación, e intenta corregir este lamentable e involuntario error con extrema delicadeza… —Quiero decir que fue un regalo de Dios que pudiera salir de Essaouira y llegar a tiempo para despedir a la señorita Saskia; seguro que ella le esperaba aunque pareciera dormida…
—No, Aicha, cuando llegué estaba muerta, totalmente destrozada por el accidente y con terribles quemaduras —así me lo contaron su hermano y Rodrigo. No pude verla, pero aun con todo me habría negado a reconocerla en ese estado… No, mejor que fuera así… —cabeceo confirmando mi negación, y al mismo tiempo renegando de mis palabras. ¿Es que puedo expresar mejor y más certeramente mis sentimientos que con esta paradoja gestual?
Aicha me contempla no sé si con lástima o con sorpresa por mi comentario, o ambos sentimientos confundidos. Es consciente que está pulsando una de las cuerdas destensadas de mi alma y desiste…
—Lo siento, Monsieur Pablo, yo sólo quería… Debe comer algo, es muy tarde. ¿Le traigo ya el desayuno?

Sin esperar mi respuesta, Aicha se dirige a la zona de la cocina y en menos de un minuto sale con una gran bandeja repleta de pequeñas fuentes y recipientes que va repartiendo y ordenando sobre la mesa: un bol con dátiles junto al frutero de mandarinas, una fuente con tres crêpes ultrafinas que es una de sus especialidades y me encantan, un par de jarritas con miel que seguramente serán de tomillo y lavanda de Argana y miel de menta del Rif —mis preferidas—, la panera con pan de sémola y semillas de hinojo, un platito con queso de cabra, un gran vaso de zumo de naranja, otro de leche fresca y el café de olla que tanto me gusta… A la vista del banquete de inmediato se despiertan mis ganas de comer y el hambre-a-estas-horas, anestesiados temporalmente por la amargura de las palabras y los recuerdos indeseables… Con qué mimo habrá preparado Aicha este primer desayuno, y aun con todo debo reprender sus excesos; tengo que decirle un par de cosas al respecto:
—Se ha pasado, Aicha —le reprocho con amabilidad— ¿No recuerda que soy diabético? No sabe cómo le agradezco este festín… pero, mujer, ¡esto es una bomba de relojería! Voy a tener que caminar al menos dos horas para generar la insulina necesaria sólo para este desayuno… —Aicha esboza una mueca-sonrisa, mitad disculpa, mitad travesura y se dispone a volver a la cocina…
—No, por favor, acompáñeme mientras desayuno… vamos, siéntese y cuénteme cosas de su familia, ¿cómo están su hijo Said, su marido? —y bebo un largo trago de leche con café en su justa temperatura, es decir templada (aborrezco las bebidas muy calientes).
—Oh, muy bien… Said no para de crecer desde que cumplió siete años, le gusta la escuela, es excelente en los estudios, muy inteligente… —y le brillan los ojos como a todas las madres cuando hablan de sus hijos: siempre los más altos, los más listos, los mejores chicos, etc. Las madres suelen referirse a sus hijos pequeños y no tan pequeños como enamoradas, o algo así… Yo no recuerdo a mi madre: falleció cuando apenas había cumplido dos años; murió de leucemia, a los veintiocho. Según dicen y las fotografías atestiguan era muy guapa y tenía el pelo color caoba natural. Mi abuela María nunca me miró con ojos de enamorada, sino de abuela, mejor así, una mirada si cabe más dulce que la de Aicha… —mientras recuerdo la dulcísima mirada de mi “yaya” María, voy derramando generoso la miel de tomillo y lavanda sobre una de las crêpes componiendo luego una especie de flauta-que enseguida llevo a mi boca, la exprimo con los labios, sin dientes, y en plena lengua me inyecto un chute de miel que me sabe a gloria…Aicha continúa con sus noticias:
—Mi marido volvió ayer de Agadir; ha terminado las clases de este trimestre en la universidad y se quedará en Essaouira hasta después de la Fiesta del Sacrificio.
—¿Cuándo es la Fiesta del Sacrificio? —le pregunto con evidente curiosidad e interés…
—Ah, creía que lo sabía… Este año será el 31 de Diciembre, coincide con el final de año. El Aid el-Kebir de este año va a ser memorable, Monsieur Pablo, excepcional. La ciudad estará a rebosar con la gente que vuelve a casa a celebrar la Fiesta, también los emigrantes que viven en Europa, los turistas… —asiento con la cabeza mientras se desintegra en mi paladar el último bocado de la exquisita crêpe ultrafina de Aicha. —Dicen que se sacrificarán en todo Marruecos seis millones de corderos…
—¡Fantástico! Por lo menos hace diez o doce años que no paso la Gran Fiesta del Cordero en Marruecos… Aicha, tenemos que preparar algo también especial en Dar Hadaya Ilahe. Por supuesto no compraré un cordero para sacrificar, no me corresponde, pero me gustaría participar en el de su familia…
Inch’Allah, Monsieur Pablo… —y Aicha pronuncia la palabra más común en Marruecos, en los países musulmanes, tanto que muchos turistas descreídos llegan a hartarse de esta especie de mantra popular y se atreven a hacer chistes fáciles, zafios, ignorantes de su trascendental significado…

Inch’Allah —“ Si Dios quiere”— no es lo mismo que ojalá, aunque la palabra castellana sea una deformación fonética de este acto de fe religioso y total abandono a la voluntad divina. Ojalá es como decir “deseo que suceda”, que se haga mi puñetera y jodida voluntad quiera o no quiera dios… o como mucho, si el destino travestido de azar le da la gana… Inch’Allah es otra cosa: es total aceptación de la voluntad de Dios, de sus planes —los del Destino para los agnósticos débiles, teístas laicos, como yo… Decir “si quiere Dios” es confirmar el absoluto poder de un Dios voluntarioso y caprichoso frente al que sólo cabe el humilde reconocimiento de nuestra humana insignificancia y confiar en su compasión y misericordia. ¿Acaso “la fuerza del deseo” es algo más que el título de una película de Serie “B” o el tópico por excelencia de cualquier best seller de autoayuda? ¿De veras si Dios existiera o existiese se preocuparía “personalmente”, es decir divinamente, de la viabilidad y cumplimiento de mis deseos y esperanzas? ¿Es al Destino a quien debo reclamarle que me está amargando la vida por que le sale de los cojones y no tiene otra cosa mejor en la que perder su tiempo y ocupar el mío? ¿Fue sólo un fallo de cálculo que Saskia muriera el 23 de junio de 2006 (23.06.2006) en una carretera en Ibiza o que nos separáramos meses antes porque no dábamos más de nosotros mismos, ni de sí ni de no, ni queríamos intentarlo una vez más, y ya iban dos, tres, cuatro, una docena y así hasta cuándo? ¿Fue una puta casualidad (o bendita necesidad, si cualquier dios lo quiso) que encontrara por primera vez a Saskia aquella madrugada del 2 de junio de 2003 (02.06.2003) y fuéramos felices a nuestra manera dos de cada tres segundos que compartimos, incluso ausentes uno del otro? —Qué cosas se me ocurren, Dios, Saskia, mientras doy cuenta de la segunda crêpe de Aicha, en este caso “borracha” de miel de menta…
—Sí, Aicha… Inch’Allah —y la miro sin mirar evitando que adivine y lea de corrido mis palabras impronunciadas en la enciclopedia on-line de mi iris, tan locuaz como elocuente, como siempre… — Inch’Allah, quiera Dios, por favor…

Preocupada, Aicha me interroga: —¿Tiene que ver la muerte de la señorita Saskia que haya vuelto a Essaouira de este modo, tan triste y ensimismado, encarcelado todavía en su recuerdo? ¿Le puedo ayudar, Monsieur Pablo?...

Sorprendido por estas preguntas tan directas, mucho más que curiosas, incluso impertinentes si no fuera porque son absolutamente pertinentes en estas circunstancias, respondo a Aicha tan sincero como se merece y puedo confiarme… Claro que no puedo decirle todo —ni yo mismo sé qué es todo por ahora, ojalá lo supiera y se habría acabado esta historia… Intentaré ser preciso, breve, desde luego veraz, aunque me calle algunos detalles por innecesarios o pudor. Mi inmediata respuesta a Aicha será sólo el prologo, el guión, de la historia que me ha traído de vuelta a Dar Hadaya Ilahe, a refugiarme y escribir una novela mientras tanto…

—Mire, Aicha… Voy contarle cosas y sucesos que estoy seguro le extrañarán, ojalá no le alarmen más de lo debido. Son sólo fragmentos de una historia demasiado extensa para contarla de viva voz y de una vez, ni siquiera escribirla resumida. Los próximos días le diré más, de lo que sepa y esté seguro, y también de mis inseguridades y sospechas. Deseo que no se preocupe más de lo necesario, pero que tome precauciones y que me ayude en lo que pueda, que es mucho… y sobre todo que siga mis instrucciones… Ah, por favor, le ruego guarde discreción sobre lo que hablamos, incluso con su marido, aunque únicamente es una sugerencia, usted tiene derecho a administrar lo que le diga como quiera y entienda oportuno…
—Cómo no, Monsieur Pablo… le agradezco su confianza —y pronuncia estas palabras con un sutil gesto de aceptación, no sé si también de sumisión voluntaria, cerrando sus ojos y rindiendo sus pestañas a los míos abiertos como platos…
—Primero: Saskia y yo estábamos separados hacía meses, desde que volvimos de nuestra última estancia en Essaouira, en febrero; nos volvimos a ver en mayo, tres días coincidiendo con mi cumpleaños, y entonces decidimos acabar definitivamente lo nuestro, fue la última vez que estuve con ella. Segundo, y no se escandalice, por favor: Saskia estaba casada, vivía a temporadas con su marido, Rodrigo, y conmigo; nunca se quiso separar de él pero tampoco se lo pedí… (aunque lo deseaba no sabe cómo). Estoy seguro que esta relación le parecerá ahora extraña y a lo peor inmoral, pero no lo fue, Aicha, o por lo menos su perversión no tenía la forma de ese triángulo sentimental que componíamos más bien que mal. La vida viene como viene, a menudo no exactamente como queremos; debemos estar preparados a inventar nuevas figuras del amor si creemos que vale la pena amar y ser amados incluso a medias, ver si somos capaces, de amar esperando milagros, valientes al mirar a los ojos de tu rival sin pestañear… Saskia y yo nos amamos con locura. Ella era “mi” mujer y yo “su” hombre. Punto. Y los demás hombres y mujeres en nuestras vidas mientras tanto eran sólo eso, hombres y mujeres con los que compartir con placer entretiempos de soledad e insoportables ausencias… Tercero, y no se alarme, Aicha: estoy casi seguro que el accidente de Saskia no fue tal… —entonces Aicha se lleva las manos a la boca y amordaza con este expresivo gesto un grito de dolor que le surge de lo más profundo—… Tengo razones suficientes para pensar que Saskia se suicidó o que alguien preparó la terrible mascarada de su accidente en Ibiza; desde luego no fue un trágico accidente involuntario… Ya le contaré más adelante mis motivos y suposiciones, ahora no es el momento… —Aicha aprovecha el breve instante en el que tomo aire para proseguir mis confidencias para decirme unas pocas palabras entrecortadas:
Monsieur Pablo… entiendo lo que dice que hay que reinventar el amor… no soy yo quien debe juzgar su relación con la señorita Saskia, ustedes fueron sus propios jueces y abogados… Pero lo que de verdad me ha dejado conmocionada es que me asegure que su muerte no fue un accidente. Le creo y eso me parece terrible… me da miedo que alguien pueda hacer algo así, sus motivos… ¿Tiene que ver con las precauciones de las que me hablaba?
—Sí, Aicha… Si alguien realmente la mató y fabricó el supuesto accidente señuelo para la policía, sí, yo también estaré en peligro… Más aún: en estos meses me he sentido amenazado muchas veces. Así que ahora llega el tiempo de las cautelas y prevenciones. Por eso he venido a Essaouira, aquí me siento más seguro: es más fácil detectar a los extraños aunque intenten confundirse con los turistas; ustedes desconfían de los desconocidos, todos se conocen y me conocen, para el caso que nos ocupa soy uno más entre los souiris, por lo tanto me siento también protegido por su proverbial desconfianza. Además en Essaouira hay miles de ojos que ven e interpretan todo lo que sucede sin ser apenas advertidos, miles de oídos que escuchan cualquier conversación en la ciudad e incluso su eco. Son ustedes, las mujeres, que pueden usar cuando quieren el haïk blanco, cubrirse el cuerpo entero sin ser reconocidas y moverse por cualquier lugar como fantasmas… También me siento más seguro en Dar Hadaya Ilahe que es una fortaleza casi inexpugnable… —Aicha asiente con sus ojos y su cabeza a cada uno de mis argumentos.
—Tiene razón, aquí le podemos proteger mejor y más sigilosamente…
—Por eso he venido a refugiarme a Essaouira: para sentirme más seguro y a poner en orden mis ideas sin sobresaltos, a rescatar de mi memoria todos los hechos y detalles que puedan ser significativos para desvelar este terrible misterio. Cuando le dije que venía a escribir quería decir también que venía a investigar, a componer la más exacta crónica de los acontecimientos, las circunstancias que los rodearon, a pasar en limpio mis hipótesis y conjeturas aunque sea bajo la desconcertante figura de una novela de ficción aparentemente autobiográfica… Bueno, es un modo de ocultar secretos de lo más eficiente… una especie de laberinto narrativo que oculta precisamente lo que se pretende hacer ver leyendo… Los secretos hay que ocultarlos y cifrarlos, protegerlos de las miradas perspicaces, a veces cargándolos de imágenes retóricas y sobreabundancia de símbolos y detalles aparentemente insignificantes, para confundir y distraer a los que simplemente son curiosos —“cuantas más cosas representa una imagen más cerca está de no representar nada”—… A menudo el secreto no está en lo que está escrito; incluso el autor hace mentir o fingir a “lo escrito” para ocultar las verdades secretas… —tomo el último trago de zumo de naranja y prosigo. —Aicha, no quiero extenderme ahora más en estas reflexiones sobre los secretos y su ocultación que desde hace tiempo rondan por mi cabeza; seguro que los iré desgranando a lo largo de mi novela que no es otra ficción que la misma realidad transfigurada… Lo que importa ahora es que tomemos precauciones, que seamos cautelosos —Aicha asiente mecánicamente con la cabeza. —Primero: cierre siempre con pestillos y barras la casa aunque usted y yo estemos dentro, y sobre todo asegúrese de cerrar bien cuando salga las dos puertas exteriores con todas las llaves y alarmas, aunque sea para ir aquí al lado, al souk de las verduras o del pescado; haga que le acompañe con cualquier pretexto alguien conocido a la puerta de casa y le espere mientras abre… Segundo: no deje pasar a nadie a la casa, ni siquiera a los conocidos que no hayan avisado antes, eso también vale por supuesto para todos mis amigos de Essaouira, incluso los más cercanos… Lleve sus llaves entre sus ropas, nunca en el bolso… Si llaman por teléfono y preguntan si estoy en Essaouira, en la casa, conteste que no y que no sabe dónde estoy, que la última vez que llamé fue para decirle que me iba a pasar las Navidades a Italia… Sólo me pase llamadas y recoja mensajes de quienes pregunten por el Señor Bruno Llanes, es un pseudónimo que sólo conocen aquellos con los que tengo absoluta confianza y me están ayudando en las pesquisas. No obstante no creo que me llamen por el teléfono de la casa… Yo me comunicaré sólo por mi teléfono móvil con tarjeta de Marruecos cuyo número no tienen más que unos pocos, además de media docena de amigos aquí… Y por último no hace falta que pase usted todo el día en Dar Hadaya Ilahe, sólo lo estrictamente necesario; yo estaré escribiendo… Prefiero que esté más tiempo con su familia o en la calle vigilando con naturalidad, averiguando la presencia de gente sospechosa en la ciudad o en las proximidades de la casa. Usted sabrá qué es mejor en cada momento, al fin al cabo es una mujer, y además bereber, una amazigh de la estirpe de los “hombres libres”…
—Así lo haré, no se preocupe más de lo debido —Aicha asintió y confirmó, seria, muy seria.
—Ahora voy a salir a caminar un buen rato, a lo mejor paso a saludar a Ahmed el platero y a Hassan el yerbatero; seguro que Rachid Bennani habrá cerrado ya su tienda. Me acercaré al puerto… Ya es la una, Aicha… así que puede prepararme un tajin de lo que quiera, de pollo y limones confitados, por ejemplo; lo deje en el fogón sólo para que yo termine de cocinarlo cuando vuelva. No creo que regrese antes de las las cuatro, a media tarde. También saque la olla de harira del frigorífico, me tomaré un buen tazón.
Aicha asiente mis instrucciones… por fin sonríe ligeramente —¿Le preparo alguna cosa para cenar?
—No, no hace falta, ya me haré algo cuando tenga ganas: una ensalada de tomates, zanahorias y calabaza o un sándwich de queso o lo que sea; tomaré fruta… Cuando termine váyase a casa, disfrute esta tarde festiva de viernes con su familia. Mañana venga cuando quiera y me despierte no más tarde de las diez si no me he levantado antes. Ah, y abra y cierre “Paul Klee” siempre con llave…
—Así lo haré, Monsieur Pablo
—Se me olvidaba, Aicha… Antes de salir de casa conecte el equipo de música del salón “Rothko” y ponga algún Cd. de Souad Massi; quiero que siempre haya música en Dar Hadaya Ilahe aun cuando no estemos aquí. Además quiero escuchar la voz de esa mujer nada más volver a casa; no soporto la soledad ni el silencio absolutos…
—De acuerdo, Monsieur Pablo… —Y nos despedimos dándonos tres besos en las mejillas y la mano con desacostumbrada fuerza mirándonos a los ojos. Teníamos un pacto sin vuelta atrás…

Por fin salgo a la calle… Respiro el aire y la luz y todos los olores de Essaouira en una única e intensa inspiración… Arriba de los tejados y las terrazas, más allá de la altura de las callejas, entre sus estrecheces, el cielo tiene el mágico color azul de Mogador… A unos metros de Dar Hadaya Ilahe paso frente a la entrada del Hammam de Essaouira y me detengo como un turista más a leer por enésima vez la placa de su fachada en la que se señala que Orson Welles venía a menudo a estos baños en su intermitente estancia en Essaouira-Mogador, en 1949-1952, y que allí rodó una de las escenas memorables de su película Othello… —Ojalá fueran tiempos de Orson Welles en Essaouira o —por qué no— renaciera este hombre para ayudarme a escribir el guión de la historia que sin querer o por haber querido demasiado estoy protagonizando… ¿Y si mi historia tuviera que ver con la tragedia de Otelo, el Moro de Venecia?


Foto: Patio interior de Dar Hadaya Ilahe. Essaouira